Rusia

La historia rusa del periodo de entreguerras es convulsa y está plagada de conflictos armados. La situación en el frente oriental durante la Gran Guerra había evolucionado de forma muy diferente al occidental. Tras años de lucha en un frente de batalla muy amplio y con continuos avances y retrocesos, para 1917 la economía rusa estaba ya al borde de la quiebra y el hambre comenzaba a extenderse entre la población. Por fin, la revolución de marzo del 17 (o de febrero, según el calendario juliano que se usaba todavía en la Rusia zarista) forzó la abdicación del zar Nicolás II y desembocó en un gobierno provisional que, pese al rechazo popular hacia la guerra, decidió proseguir la confrontación bélica contra las potencias centrales. La izquierda revolucionaria (los bolcheviques en particular) venía exigiendo el cese de las hostilidades y, tras una nueva revolución en noviembre (u octubre, por lo antedicho), se hizo con el poder.

El encargado de negociar de inmediato la paz por parte de los soviéticos fue León Trotsky, que en diciembre de ese mismo año se reunió con la delegación enemiga, tratando de alcanzar una paz entre iguales y promover la revolución global. Los alemanes, poco impresionados por el idealismo revolucionario, retomaron la ofensiva en febrero de 1918 con gran éxito y en marzo Lenin se vio obligado a firmar el pacto de Brest-Litovsk, por el que Rusia aceptaba unos términos muy desfavorables, como la pérdida de Ucrania, Finlandia, los países bálticos, Belorrusia y Polonia. Estos nuevos países iban a ser gobernados por regentes títeres de los alemanes pero, al perder éstos la guerra, el vacío de poder permitió que algunos territorios, como Polonia y los países bálticos, obtuvieran una verdadera independencia.

Las consecuencias políticas y territoriales de estos tratados sirvieron de base a la cruenta guerra civil entre rusos rojos y rusos blancos (amalgama de opositores al régimen bolchevique, apoyados por otros países europeos, temerosos de la propagación de los ideales soviéticos y dolidos por su retirada unilateral de la guerra) que se prolongó en algunos lugares hasta 1923, y a la guerra ruso-polaca de 1919-1921 entre ambos países y las diversas facciones ucranianas. Así, la URSS no se fundó oficialmente hasta el 31 de diciembre de 1922, con un país prácticamente en ruinas, que había perdido a 20 millones de personas en siete años.

El resto de la década fue mejor, aunque la situación no había de durar mucho en ese estado. El progresivo ascenso al poder de Stalin tras la muerte de Lenin en 1924 desembocó por último en la época de las purgas, las deportaciones, los planes quinquenales y las hambrunas, aunque lo cierto es que casi todo ello pertenece a la siguiente década. Hasta entonces, la paz y los problemas derivados de una economía totalmente estatal permitieron el abandono del comunismo de guerra y el establecimiento de un pequeño mercado libre (lo que se llamó Nueva Política Económica (NEP), aprox. 1921 – 1928) y con él la sólida recuperación de la agricultura y en menor grado de la industria.

Mausoleo de Lenin, 1925.

En esta época, la relación con el exterior estaba marcada por la desconfianza mutua entre el régimen soviético y las demás potencias europeas (incluyendo a los Estados Unidos), que habían intervenido en la guerra civil en favor del bando nacionalista, pero también por las acuciantes necesidades del nuevo régimen, que trajo a numerosos ingenieros y especialistas extranjeros para que trabajaran en el país. Por su parte, tras la revolución soviética la situación de la mujer había mejorado hasta alcanzar cotas sin precedentes en occidente; por desgracia estos avances fueron perdiéndose tras el ascenso de Stalin al poder, hasta quedar reducidos en su mayor parte a aspectos puramente simbólicos.

La victoria bolchevique creó un importante flujo migratorio que en 1920 ya se elevaba a más de un millón de personas. Entre ellas se incluían militares, nobles, intelectuales, funcionarios y demás minorías y élites, que huyeron hacia Ucrania y otros países eslavos y desde allí a Europa Occidental, en particular Alemania y Francia (entre ellos el ficiticio André Stalin que perteneció a la Sociedad Theron Marks, consultar El terror que vino de las estrellas). En el lado asiático, los que se encontraban en el este del Imperio Ruso huyeron a Shanghái y Japón. Entre todos ellos eran frecuentes los complós, el espionaje y los planes para recuperar el poder tras la derrota en la guerra civil. Los asesinatos políticos, a menudo instigados por infiltrados del régimen soviético, eran habituales.

La familia del zar Nicolás II fue ejecutada el 17 de julio de 1928 en Ekaterinburgo por los bolcheviques ante el avance de las tropas nacionalistas. Los miembros supervivientes de la familia real, los Romanov, se refugiaron en Alemania, Dinamarca y, posteriormente, en Francia. Aunque ahora se considera demostrado que la gran duquesa Anastasia murió fusilada a los diecisiete años junto a sus padres y hermanos, durante décadas hubo dudas al respecto y han aparecido diversos candidatos a ser la zarina perdida, de los cuales la más famosa es la conocida como Anna Anderson, que afirmó ser por primera vez la heredera imperial en Berlín, en 1920, y que ya fue famosa en esta época.

En 1918 Moscú volvió a ser la capital rusa, un puesto que durante dos siglos había ocupado San Petersburgo. Aunque debido a las continuas guerras la población moscovita se había reducido en 1920 a poco más de un millón de personas, la fuerte inmigración interna permitió duplicar ya en 1926 ese número de habitantes.

En los años 20 y 30 se llevó a cabo la reconstrucción de la ciudad (y de muchas otras urbes rusas dañadas por la guerra), que fue aprovechada para redefinir la estructura urbana, crear amplias avenidas, viviendas dignas para las clases pobres y edificios públicos de estilos arquitectónicos modernos y funcionales, mediante lo que se llamó arquitectura constructivista, de aspecto futurista, geométrico y a la larga deshumanizado.

Con la NEP, la vida social de Moscú y Leningrado se occidentalizó de modo acelerado: había casinos, restaurantes de lujo, cines (donde casi siempre se proyectaban películas americanas) y clubes nocturnos donde jóvenes flappers (conocidas junto a los chicos como la juventud bohemia, bogema) bailaban el charlestón vestidas a la última moda. Como antes, todo esto acabó con el regreso a una economía colectiva que llevó a cabo Stalin a finales de la década.

San Petersburgo fue fundada a comienzos del siglo XVII por Pedro el Grande y diseñada como la nueva capital de los zares, mediante un ambicioso plan urbano (era la ciudad europea con mayor número de palacios) que se desvió de lo previsto a mediados del XIX a causa del influjo masivo de antiguos siervos y la aparición de barrios pobres, lo que por otro lado propulsó la industria y la importancia económica de la urbe. A comienzos del siglo XX era la ciudad más poblada de Rusia y la cuarta de Europa, aunque también propensa a rebeliones, como la de 1905 y las dos de 1917 que acabaron dando el poder a los bolcheviques.

Torre Tatlin, montaje.

San Petersburgo fue rebautizada como Petrogrado entre 1914 (porque su nombre anterior sonaba demasiado germánico) y 1924, y como Leningrado a partir de entonces, tras la muerte de Lenin, aunque entonces ya había dejado definitivamente de ser la capital rusa.

Leningrado perdió mucha población durante la guerra civil y la represión posterior y, aunque fue recuperándose, a mediados de los años 20 sólo tenía millón y medio de habitantes (cuando había llegado a los dos y medio antes de la Gran Guerra). Durante esta década muchos habitantes tuvieron que vivir en casas compartidas (kommunalkas) impulsadas por el gobierno soviético.