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Relatos presentados al concurso

Tema 641 rescatado del foro de Cthulhu en Inforol.


Concurso Cthulhu

Mie Dic 01, 2004 10:10 pm

Aquí se recogen los relatos que vais presentando al Concurso de Minirrelatos del foro. Leed y animaos, que aún podéis participar .

Para participar, consultad las bases en recogidas en 1er Concurso de Minirrelatos de los Mitos y enviad el relato a concurso@leyenda.net.

El nombre de los autores se mantendrá en el anonimato hasta el fallo del jurado, para que éste decida con imparcialidad. Pero tranquilos, que luego se reconocerá la autoría de cada uno para la posteridad .

Animaos,

Concurso Cthulhu

Concurso Cthulhu

Mie Dic 01, 2004 10:50 pm

Primer relato presentado:

Relato I (sin título)

por Belakor

Allí estas, sentado solo, mirando fijamente a aquella vidriera circular con aquellos colores. La sala oscura y aún así ves, ves perfectamente, como si la luz la produjera la vidriera, o los colores que danzaban y formaban figuras que nada decían, que no tenía sentido, ningún sentido. Y entonces, ¿de qué servían? Sin ningún objetivo conocido, al igual que tú que solo, en aquel lugar, sin motivo para seguir y sin ganas de irte. Apenado o enfadado y aún así continúas, allí sentado, sin levantarte.

Y en un momento una decisión, levantarte, y al hacerlo algo falla y caes de rodillas. Y un sonido que te alerta de algo, un sonido que procedía de todos lados. La vidriera se detiene y son ahora las paredes las que se mueven, las que danzan. O eres tú, no podrías saberlo. Todo es tan confuso, la cabeza te da vueltas y te mareas, intentas gritar pero nada sale de tu boca. De ti solo lágrimas aparecen, que corren y entran en tu boca, y al hacerlo sientes la amargura, y sin saberlo lo reconoces, un sentimiento antaño muy frecuente, un sentimiento que se apodera de ti junto con una rabia contenida; quieres soltarla en un puñetazo al suelo y lo intentas, pero tus manos lo atraviesan, no puedes tocar nada; allí de rodillas sin poder levantarte, amargado, angustiado, y muy, demasiado, confuso. Con ganas de vomitar, pero solo puedes llorar.

Y en un momento, no sabrías decir cuanto tiempo había pasado, todo se detiene, todo de nuevo quieto, en la quietud que ansiabas. Y ya no lloras. Todo igual que al principio, la pared tranquila y la vidriera con aquella luz, y aquellos colores que bailan en el cristal. Y sin saber por qué los miras fijamente, notas que las luces forman siluetas y no puedes apartar la vista. No comprendes lo que aparece pero algo te dice que en el fondo lo conoces. Las siluetas interpretan tres momentos, que se repiten una y otra vez para que no te pierdas detalle. Primero un banquete, muchos son y solo dos colores en las siluetas, morado y naranja; y parecen que son los primeros los que invitan a los segundos, los que les dan la mano y les ofrecen sus asientos. Y en la segunda escena una lucha, pero solo los naranjas luchan, masacran a los que les invitaron y una silueta sube un monte, y alza el brazo, y es como si todos lo aclamaran. Y por último, solo ves figuras naranjas que danzan en torno a algo rojo; pero ya no hay siluetas moradas, y eso te molesta, no sabes por qué, pero te enojas enormemente. Y aún así ¿qué significaba aquello? ¿qué sentido tenía?

La vidriera se detuvo en un momento, después de muchas funciones, y ya nada se movía, ni la pared ni nada. Y todo parecía más tranquilo. Pero aparecieron voces de la nada. A un lado una te susurro “Kalil” y al otro “el valle...Uruk”. Pero no sabías que querían decirte, aquellas palabras las habías escuchado, hace mucho tiempo, te sonaban de algo, ¿pero de qué? No podías recordarlo, tu mente estaba demasiado borrosa para poder cuajar pensamiento alguno; y aún así lo intentabas pero te frustrabas, nada claro salía de tu mente.

Y seguías escuchando palabras, pero en un momento vistes a los que te las decían, en un momento aparecieron de la nada, muchos espíritus, fantasmas blancos e insustanciales, que giraban a tu alrededor y que aún así podías ver a través de ellos. Y su presencia te inquietaba. Eso, ahora, tenía aún menos sentido ¿o no? Lo que estaba claro era que te molestaban, te decían palabras, nombres que no entendías, y se reían burlándose de ti. Pero ya estabas furioso, eso era más de lo que ibas a consentir e intentaste apartarlos con las manos, espantarlos; en un principio no pudiste tocarlos pero tus manos se fueron estirando, alargando, y se convirtieron poco a poco en huesudas garras azuladas. Y así fue mejor, arañaste a uno de los espíritus, que se desvaneció. Los demás se apartaron de ti colocándose entre tú y la vidriera, te miraron y gritaron, un sonido agudo salió de ellos, como si protestaran o llamaran a su compañero. No sabías. Lo único que sabías que los oídos te estaban sangrando, y que no aguantarías mucho más. Conseguiste entonces lo que querías, te levantaste ayudado por tus nuevas manos, y mataste a todos aquellos seres; se fueron apagando uno a uno. Sin embargo, uno quedó, uno que se calló y te miró con una inteligencia extraña. Se separó de ti y, tocando la vidriera, se formó una especie de estanque, y éste mostraba un mundo que no conocías, una ventana abierta a un mundo, pero algo en tu interior, y la sonrisa del espectro, te decía que era tu mundo, pero cambiado, evolucionado. Pero no podía ser, era lo único que pensaste, cómo se había llegado a eso.

El espíritu reía y tú te ibas embargando de un profundo odio, un odio que no conocía límites. Ya recordabas, ya todo tenía un sentido mucho más claro. Había sido angustioso recordar, pero ya la duda no cabía en ti. Vuestra amabilidad, y el pago de los que nunca debieron dejar de ser esclavos. Su traición quemaba tu alma. Y con cada recuerdo algo crecía en tu interior y tu exterior se transformaba. Cogías la forma que nunca debías de haber perdido. Tus extremidades se alargaron y tomaron coherencia con tus ya desarrolladas garras. Aquella carcasa se iba deshaciendo, aquella prisión se caía a trozos y tu salías de ella lleno de poder, de poder y de odio. Pisabas cada fragmento de tu viejo cuerpo, del cuerpo del esclavo. Y ahora sonreías maliciosamente, y ahora todo estaba claro. Terminaste de matar al último y más resistente espíritu, y tu mente se concentró, tus tentáculos se movieron perfectamente coordinados. A una orden tuya la vidriera, aquello que impedía tu marcha, se rompió y la oscuridad ocupó su lugar, una oscuridad eléctrica. Está hecho, pensaste, la hora de la venganza ha llegado. Nuestro tiempo volverá y los esclavos serán aplastados.

Concurso Cthulhu

Mar Dic 14, 2004 9:20 pm

Segundo relato presentado:

Relato II: El Terror Onírico

por Morladon Letmein

Dejo estas notas a modo de testamento, siendo consciente de que pueden ser mis últimas palabras, pues esta noche probablemente muera mientras duermo. Sepa aquel que lea esto que no me entrego de buen grado a la muerte, pues siempre he sido de temperamento fuerte y difícilmente caería en esa espiral descendente que desemboca en el suicidio. Hace ya dos semanas que no duermo, mantenido despierto a base de un gran autocontrol así como ingentes cantidades de diversas drogas, pero incluso ahora mientras escribo se me cierran momentáneamente los párpados, dejando entrever la sombra de mi ejecutor.

Hará cosa de dos meses me llegó por correo un voluminoso paquete sin remitente, en cuyo interior se encontraba cuidadosamente envuelto un libro encuadernado con un material negro y brillante como la obsidiana, sin más adorno que mi nombre escrito con letras doradas en la tapa. El interior olía a nuevo, y la tinta todavía se veía oscura y reluciente como recién estampada: daba la impresión de que acabaran de hacer el libro sólo y exclusivamente para mí. Sin duda alguna el remitente debía conocer mis gustos, pues me enorgullezco de tener una de las bibliotecas con más libros de misticismo de la comarca. Tratados sobre ouija, taumaturgia y antiguos ritos paganos llenan mis estantes, y precisamente esos temas se trataban en el libro que acababa de recibir.

Me puse a leerlo enseguida y ávidamente, pero a pesar de mi acostumbrada velocidad de lectura el libro no parecía acabar nunca. En un par de noches llegué a la mitad del libro pero, sin embargo, me costó algo más de dos semanas acabarlo. Parecía como si el libro fuese cada vez más grande pero sin aumentar su volumen. Por más páginas que pasaba no conseguía avanzar. Era como si continuamente se estuvieran imprimiendo más y más páginas dentro de aquel maldito libro, aquel libro embrujado. Finalmente, tras cuatro semanas de continuada lectura, llegué al final del libro y sentí como si unas enormes y herrumbrosas garras de acero trastearan con el contenido de mi cabeza. Mi calvario acababa de comenzar.

Esa misma noche me acosté algo inquieto, y al poco de quedarme dormido comenzaron a asaltarme una terrible pesadilla extrañamente más vívida de lo normal. En ella me encontraba sentado en la comodidad de mi hogar. Una figura envuelta en sombras estaba sentada a mi lado, respirando pesadamente y exhalando un aliento glacial y hediondo. De repente se puso en pie delante de la chimenea frente a la que estábamos sentados, dándome la espalda en todo momento de manera que yo no podía verle la cara. Empezó a recitar algo en una extraña lengua, familiar sin embargo para mí, como si las hubiese leído yo mismo recientemente sin darme cuenta. Con cada palabra pronunciada por el individuo, sentía como sin un centenar de puñales al rojo se clavaran en mi corazón, sintiendo un dolor tan angustioso en el pecho que me habría levantado a interrumpir el soliloquio de no encontrarme pegado al sillón, hipnotizado por las palabras de mi acompañante.

Después de una eternidad el hombre cesó de hablar, y un inquietante silencio tomó forma alrededor nuestra. La tensión se palpaba en el ambiente, su figura recortándose contra la chimenea. Entonces se dio la vuelta y por un instante creí reconocer en él la cara de algún antiguo amigo o familiar, pero terriblemente cambiada por el paso de los años o incluso afectada por la podredumbre de la muerte. Luego, con su frío aliento dijo “es hora de que pagues por lo que me hiciste”. Acto seguido se desvaneció, dejándome con un anormal malestar en el cuerpo, sudando lo indecible en mi cama.

A la noche siguiente volví a soñar con la habitación de la chimenea. Tanto la habitación como yo estábamos exactamente igual que cuando me desperté el día anterior y todavía me parecía sentir el frío aliento y el eco de las últimas palabras de aquel individuo, cuando escuché un fuerte golpe en la puerta y antes de que me diera tiempo de pensar en lo que había detrás, otro golpe la reventó en mil pedazos, dejándome ver una silueta humanoide embozada en un manto gris tras el que se adivinaban unos poderosos brazos terminados en garras y unos ojos maliciosamente verdes. Presa del terror salí corriendo de allí en dirección contraria a aquel ser, que parecía seguirme pisándome los talones, derribando todo lo que encontraba a su paso. Conseguí llegar a la calle, con una niebla tan densa que no dejaba ver nada a más de tres metros y envuelta en un silencio sepulcral. Aquella figura estaba cerca, por lo que seguí corriendo aun sin saber hacia donde me dirigía. De repente, sin previo aviso, la calle se cortó y me encontré cayendo por un precipicio no muy alto, pero lo suficiente como para que el dolor me hiciera despertar.

Estuve todo el día algo cansado, y aunque no estaba seguro de querer dormir otra vez, al final el sueño me venció y por la tarde caí dormido de nuevo. En mi sueño me encontraba tirado en un suelo pedregoso y lleno de musgo y lodo. La niebla seguía cubriéndolo todo, pero tras ella, a mis espaldas, se adivinaba la pared de un precipicio. Milagrosamente la caída no me había matado, pero si todo continuaba igual que antes, eso significaba que aquel ser encapuchado también debía estar por allí. Y como respondiendo a mis pensamientos una forma envuelta en una especie de sudario cayó a unos pasos de donde yo estaba. Ahora podía verla en todo su esplendor: un humano de dos metros de altura con unos brazos desproporcionadamente grandes rematados en unas afiladas garras y con unas cuchillas que parecían salir directamente de la carne encima de sus muñecas, chorreando un líquido espeso mezcla de sangre y una grasa negruzca que hedía a muerte. Pero lo que más me asombró fue su cara seca y apergaminada como si de un cadáver se tratase, las cuencas de los ojos con unas llamas verde-púrpura donde otrora estuvieron los ojos, los labios descarnados y en una perpetua mueca de crispación, la marca de una soga en el cuello... Presa del pánico fui incapaz de moverme, permitiendo que aquel horrendo ser se acercara a mí con paso lento, como si estuviera paladeando mis últimos instantes, después de años preparando una venganza. Cuando llegó a mi altura se rió con una voz profunda y gutural y empezó a rasgarme la carne del pecho con sus ominosas garras. En ese momento recuperé las fuerzas e intenté salir corriendo pero aquel monstruo era más rápido que yo y de un garrazo en la espalda me tiró al suelo chorreando sangre. Yo me volví a levantar a pesar de que las piernas me respondían a duras penas, y en ese momento sentí el terrible abrazo de la bestia. Me tenía apretado entre sus brazos con las cuchillas pinchándome en el cuello y su hedor taponándome la nariz. La bestia me susurró “se acabó el jugar, por fin voy a poder vengarme y ver correr tu sangre”.

Parecía dispuesto a atravesarme la garganta allí mismo, pero mi cuerpo, debilitado por el dolor y con los sentidos embotados, no aguantó más y me desmayé, despertando en mi cama lleno de sudor. O eso pensaba yo: lo que yo había tomado por sudor era sangre que me salía a borbotones de sendas heridas en pecho y espalda, y un fino hilo de sangre que salía de unas pequeñas heridas en mi cuello. Tras curarme como pude me puse a pensar en a quién podía haber hecho tanto daño que estuviera dispuesto a matarme aunque fuese a través de los sueños (pues era seguro que la próxima vez que me quedase dormido aquel ser deforme consumaría su venganza). Entonces caí en la cuenta de que hacía dos años yo defendí como abogado a un hombre negro, de Haití, que había sido acusado de violar y matar a una niña blanca de diez años de edad. Perdimos el caso y este hombre fue condenado a cien años de cárcel. Me echó a mí la culpa y juró que algún día me lo haría pagar. Se lo encontraron ahorcado con una sabana en su propia celda. Más tarde se supo que era inocente, pero ya era demasiado tarde.

Al parecer había encontrado la forma de vengarse después de muerto, y no había forma de escapar de él. Hace tiempo que quemé el libro, pero aun así no creo que sirva de nada, por lo que empecé a tomar las drogas que ya a duras penas me mantienen despierto. Sé que cuando me duerma esta noche ese hombre me atravesará el cuello, muriendo a la vez en el sueño y en la realidad, pero si esa es la forma en la que tengo que pagar por mis pecados, que así sea. Ya estoy cansado de aguantar, y tengo mucho sueño.

Papeles encontrados junto al cadáver desmembrado del abogado James Donovan en su casa de la calle Ashfield, Nueva Jersey. La policía sigue buscando a un sospechoso.

Concurso Cthulhu

Mie Dic 15, 2004 10:42 am

Relato fuera de concurso (no opta a premio):

Relato III: Piel

por Entropía

Desde el primer momento noté que era un hombre extraño. Repulsivo y fascinante. Irradiaba una confianza en sí mismo que desarmaba, que me sedujo por la seguridad que transmitía, pero que no obstante veía a menudo transformada en prepotencia. No me esperaba conocer a alguien así.

Su fama le había precedido, por supuesto; pero cuando una amiga me lo presentó al fin, no supe cómo reaccionar. En parte era por esas sensaciones que emanaban de él, cierto, pero el aspecto físico no me sorprendió menos. En la penumbra del bar de copas creí por un instante que era de tez morena, pero al inclinarse para darme dos besos vi que no era así, sino que tenía como algo escrito en la cara. Con la mala iluminación no pude leer qué era, y además su sonrisa me tenía hipnotizada y absorbía mi mirada.

Tonta de mí, enseguida se me notó lo que sentía por él; nunca he sabido disimular mis emociones. Al poco rato de conocernos sugirió ir a un lugar más cómodo para charlar, y deduje cuáles eran sus intenciones. Y lo que era peor, estaba segura de que me dejaría.

Sin embargo, me sorprendió de nuevo al llevarme realmente a conversar, a un café al viejo estilo donde pedimos un par de tazas calientes. Allí, mientras él hablaba, complacido por tener quien le escuchara sin interrumpir, pude estudiar al fin los extraños signos de su rostro. No eran letras, como había supuesto al principio, sino unos misteriosos símbolos que cubrían su piel de manera irregular. O más bien un solo símbolo, una especie de estrella de cinco puntas con un ojo en el centro, cuyo motivo se repetía por toda la cara una y otra vez, a veces con un tamaño amplio, pero a menudo mucho menor para cubrir los espacios que quedaban entre los ejemplares grandes, como si un Escher del tatuaje hubiera tratado de teselar la superficie de su cabeza. Aquel patrón tenía un efecto casi hipnótico sobre mí. Parpadeó, y observé que sus párpados estaban también tatuados con aquella esotérica estrella; así, siempre me estaba mirando.

Fue un gesto casual lo que hizo que me liberara de ese suave letargo: me pasó un terrón de azúcar y descubrí que sus manos también estaban cubiertas de aquel dibujo, mil veces repetido en distintas orientaciones y tamaños. Aquello me asustó un poco, empezaba a parecerme excesivo tanto amor por el tatuaje. No creo ser muy mojigata a ese respecto, tengo varios piercings en mi cuerpo y un tatuaje en un lugar muy íntimo, pero lo de las manos me descolocó. No había explicación lógica, pero sin embargo se abría paso la sospecha de que aquello no era un adorno, sino que obedecía a alguna inexplicable motivación.

Le estudié con más interés, presté atención a sus palabras, y poco a poco comencé a practicar su juego. Como todos los oradores jactanciosos, pronto condujo la conversación al tema que le interesaba. Por lo normal odio que me hagan eso, pero escuchar sus palabras era tan fascinante como analizar el entramado de su rostro. He de reconocer que las ciencias ocultas me han atraído desde niña, y puedo lograr que cualquiera de mis amigas pase miedo si me lo propongo y ella es mínimamente sugestiva. Pero lo que él contaba traspasaba la frontera de lo que yo sabía o siquiera intuía, su conocimiento en la materia me dejaba anonadada y muy consciente de lo poco que había avanzado en ese camino; me sentía como un niño orgulloso de hacer palotes que de repente tuviera que compararse con un novelista. A él mi reacción le agradó, se notó a las claras: se relajó y cogió más confianza. Era obvio que la mayoría de las personas no congeniaban con sus curiosas teorías. Pero no yo; aunque apenas comprendía lo que decía, algo en mi cabeza me aseguraba que todo era cierto, o al menos que era el reflejo de algo real; una verdad tan profunda que negarla o rechazarla carecía literalmente de sentido.

Sus veladas insinuaciones ocultaban secretos que yo no podía imaginar, que sólo conocería en pesadillas olvidadas después por la mente consciente. Me sentí ansiosa de alcanzar ese conocimiento, aquello que él podía darme si tan sólo quisiera...

Mas, como un amante cruel, me dejó con la miel en los labios. Nos marchamos del café bien entrada la madrugada y me acompañó como un caballero hasta mi apartamento. Traté de hacerme la dura, de mostrar firmeza, pero justo antes de que se fuera cedí y le supliqué que me enseñara. Él sonrió; esperaba a que me derrumbara para poder adiestrarme como una aprendiza sumisa. Sin abandonar su eterna sonrisa de superioridad, me citó para el día siguiente. Pasé una mala noche.

Cayeron una revelación tras otra, paseando por un oscuro parque. Sus palabras me asombraban y me asustaban, y una parte de mí lograba decirme que aquello, visto desde una perspectiva equilibrada, carecía de sentido. ¿Criaturas anteriores a la humanidad, que aún perviven ocultas en los márgenes de nuestra sociedad? ¿Seres que acechan en los recovecos del tiempo y del espacio? ¿Entidades de poderes divinos y diabólicos a un tiempo, que esperan hastiadas a que llegue el final de todo, sin tan siquiera dedicarnos un pensamiento? No, lo peor no es que fuera absurdo. Lo peor es que yo sabía que era cierto. Me fui a casa atontada, como una autómata sin alma o un boxeador noqueado, sin saber con quién me cruzaba ni qué hacía, impulsada tan sólo por el instinto de la rutina.

Me desperté muy tarde, con la boca seca y un tremendo dolor de cabeza. Por supuesto, debería haber abandonado en ese punto, él mismo me lo había advertido. Ir más allá era condenarse a la locura o a algo peor. Pero plantearse la retirada era imposible, la curiosidad y el miedo se aliaban para anular mi sentido común. Y él, él que debería haber tenido más juicio que yo, estaba demasiado halagado por disponer de una alumna devota como para anteponer mi cordura o mi vida a su ego.

El sexo no llegó hasta la tercera noche. Me invitó al fin a su casa, amplia y quizás hasta lujosa, y tras un coñac para olvidar el frío de la calle comenzamos a desnudarnos. Vi al fin lo que ya empezaba a sospechar: los tatuajes no se restringían a rostro y manos, sino que cubrían todo su cuerpo, de la cabeza a los pies, desde el cuero cabelludo hasta su glande. No puedo decir que me sorprendiera. Le imité y me entregué a él sobre la mullida alfombra del salón, no muy segura de si lo hacía por veneración a su persona o como pago por sus enseñanzas.

Aquello supuso, claro está, una prueba iniciática. Pasado apenas el sopor del orgasmo, se levantó y, sin cubrirse, me invitó exultante a seguirle. Le secundé descalza hasta llegar a una puerta de roble que él abrió con una gran llave de estilo antiguo. Era, como me indicó, su estudio. Di algunos pasos titubeantes hacia el interior de la sala, pues la luz estaba apagada. Él esperó a ese punto dramáticamente álgido para pulsar el interruptor.

Vi... No, primero grité, antes de comprender siquiera la información que llegaba a mis ojos. Era una suerte que aquella casa estuviera apartada de las de los vecinos, o hubiesen creído que estaba asesinándome. Cuando me calmé, miré aterrada el macabro espectáculo que tenía ante mí. Lo que en principio había tomado por terribles seres que me acechaban no eran más que cabezas, cabezas de seres incomprensibles colgadas por todas las paredes. Como un cazador del siglo XIX, había decorado su estudio con las testas disecadas de sus presas, criaturas de más allá de la razón expuestas como rinocerontes o bisontes. Allí se exponía casi todo de lo que me había hablado: los hombres anfibios de los pueblos degenerados de la costa, los antropofidios que fueron contemporáneos de los grandes dinosaurios, los seres parecidos a insectos que vienen de más allá de Plutón. Era un museo de cera de los horrores sobrenaturales.

Le miré boquiabierta. Él se acercó y, ufano, me invitó a admirar su colección. Paseaba por delante de cada uno, contándome dónde y cómo lo había matado, lo que había tenido que hacer para poder conservar su cabeza, y cómo se las había ingeniado con los que no tenían cabeza propiamente dicha. Sólo atiné a preguntarle cómo era posible. Su sonrisa se hizo aún más ancha. Exultante, su gesto me remitió a su propio cuerpo, aún por completo desnudo. Ese símbolo, me explicó, ese sello que cubría por completo su piel era su armadura. Aquellas criaturas nada podían hacer contra esa señal, cuyo respeto les había sido impuesto hace eones como castigo por sus atrocidades. Pero no bastaba con saberlo: algunos investigadores de lo oculto, demasiado ingenuos, habían utilizado el símbolo como si fuera una cruz que se sostiene contra los vampiros; pagaron su candor con la muerte, pues el resto de su cuerpo estaba indefenso. Pero él, gritó triunfalmente, él había hallado la clave de la solución, y a pesar del sufrimiento se había hecho tatuar cada centímetro cuadrado de su piel. Así había llegado a ser inmune a esas criaturas, y por eso era mi maestro.

Y yo fui una alumna aplicada. Poco a poco aprendí todos los secretos que él poseía sobre los enemigos de la vida que conocemos, memoricé los ensalmos y la pronunciación correcta de cada nombre y de cada invocación. Pero había una cosa que me frenaba: no me atrevía a seguir sus pasos y tatuarme todo el cuerpo con aquel símbolo protector. Comprendía que era una salvaguarda necesaria, pero temía el dolor y, sobre todo, albergaba aún la esperanza de poder llevar una vida normal el resto de mis días, de no verme apartada de mis semejantes por una armadura permanente tan llamativa como aquella. Él afirmaba con rotundidad que no había otra solución, que de lo contrario acabaría sucumbiendo a aquellos seres. Aún así, ante mi insistencia accedió a que le acompañara en una de sus cacerías.

Según él, era un caso de lo más habitual, pero a mí me asaltó el miedo en cuanto llegamos a aquella espeluznante casa abandonada. Me dijo que no entrara, ya que aún no estaba protegida, y me indicó que le estudiara desde las ventanas. Obedecí encantada. Observé desde el exterior cómo avanzaba con cautela por los pasillos, fui de un cristal a otro siguiendo su deambular por el edificio. Llegó por último a una peculiar sala de estar, desprovista de mobiliario, de frías paredes desconchadas y sin más rasgo distintivo que las voluminosas tuberías del gas. Pude oír bien sus comentarios, ya que la hoja de la ventana había quedado abierta quién sabe cuándo. Me decía que aquél era el lugar, que lo sentía, aunque no se le ocurría que tipo de criatura sería capaz de ocultarse allí. En cualquier caso, añadió fatuo, ninguna podía perforar su impenetrable malla de símbolos arcanos.

Rebuscó por la sencilla habitación, tanteó las paredes y el suelo por si ocultaban un espacio secreto, pero nada. Se le veía extrañado, y también preocupado porque pudiera sentirme defraudada en mi primera expedición. Creo que estaba a punto de darse por vencido. De repente, sonó algo, como una válvula que suelta presión. Al parecer, una de las tuberías tenía un escape. Creo que comprendí antes que él que aquel gas no era normal. El fluido gaseoso se volvió hacia el cazador provisto de una extraña voluntad. Él le desafió, le mostró los dibujos de su cuerpo, trató de hacerle retroceder vanagloriándose de que le sería imposible dañarle. Yo me afané por cerrar la ventana desde fuera y, por fortuna, lo conseguí. Contemplé, sin oír nada, cómo el gas no se arredraba y se lanzaba sobre él, que al fin comprendió el peligro en que se hallaba. Observé con curiosidad que el gas, efectivamente, no llegaba a tocarle la piel, le rodeaba a unos centímetros de distancia como si una barrera invisible le repeliera. Pero eso no impidió que se le colara con malevolencia por las orejas, por la nariz, e incluso por orificios menos honorables. Él gritó aterrado, me suplicó que le ayudara. Presencié fascinada su dolorosa muerte, e incluso sus curiosos espasmos y movimientos cuando ya debía de llevar un buen rato muerto.

Cuando el gas decidió al fin abandonar su nuevo hogar y regresar al antiguo, abrí la ventana y me colé con sumo cuidado en la casa. Llegué hasta el cuerpo, contorsionado en una mueca de infinito terror, y saqué mi navaja suiza. Era un trabajo pesado, pero lo solucionaba casi todo.

Ahora soy yo la cazadora, y he llegado a amasar una interesante colección de cabezas y otros souvenires. Y lo que es más, aún puedo pasar desapercibida en mi vida cotidiana. Oh, salgo menos que él, pues yo no tengo necesidad de jugarme tontamente la vida para demostrar mi virilidad. Pero tengo una piel que me protege y, cuando necesito ir a cazar, sólo tengo que ponérmela.

Concurso Cthulhu

Mie Dic 15, 2004 11:04 pm

Cuarto relato presentado:

Relato IV: A mi madre no le gustaba el espejo.

por Erierd

Llevaba tiempo dándole vueltas a un relato que comenzase tal que así: "a mi madre no le gustaba el espejo"... Y cuando he visto la convocatoria, como al personaje de mi relato, todo se me ha hecho claro y luz (bueno, paranoia y oscuridad más bien). Y es que hay cosas que es mejor no despertar...

¡¡Qué disfruteis con él tanto como yo he disfrutado escribiéndolo!!

A mi madre no le gustaba el espejo.

Lo compré en un viaje a un pueblecillo costero, en una vieja tienda de artesanía local. Era un espejo de pared, ni grande ni pequeño, ni por asomo grandioso, oscurecido por el tiempo y la estancia en salones oscuros y olvidados, pero inmediatamente atrajo mi atención. Las tallas de madera eran toscas, sin sentido, pero tenían el atractivo de lo desconocido. El espejo estaba, en el mejor de los casos, mal hecho. Su superficie, oscura e irregular, estaba lejos de ser clara y mostraba una imagen deformada. Cientos de pequeñas burbujas hacían que el reflejo fuese más fragmentado aún.

Sentí la necesidad de comprarlo. Algo así quedaría bien en mi casa.

El viejo tendero, un hombre pálido, avejentado, de aspecto enfermizo, algo así como un pequeño sabio de los pantanos, me hizo un buen descuento.

Dijo que hay poca gente que valore lo verdaderamente bello.

No creo que fuera realmente bello, pero era curioso y combinaría bien con el aspecto del estudio.

Mi madre recelaba del espejo. Decía que no le gustaba la manera en que su reflejo le devolvía la mirada, como si supiera más que ella y se refocilase en ese hecho.

Me pidió que me deshiciera de él.

¿Pero por qué habría de deshacerme yo de algo que me producía tal placer?

Cuando paseaba por mi pequeño estudio y me veía reflejado en el espejo, me veía atraído por mi figura reflejada. Aunque difusa y deforme, lucía gallarda y altanera, más propia de un guerrero de otros tiempos y lugares que de un estudioso flacucho y pálido. Las tallas de madera me parecían algo grotescas, pero tenían el atractivo de la antigüedad y la complejidad de su diseño.

Mi madre decía que el espejo no era hermoso. Que era repugnante. Que cada vez que pasaba, sentía que el espejo la deformaba. Que deformaba ya no su imagen, esa imagen sabedora y satisfecha, sino su ser. Que su propio ser sentía un tirón, una dejadez, una atracción hacia su imagen deformada, atrapada dentro de un estanque sucio de mercurio líquido, no plano y duro y seco, sino profundo, húmedo, profundo...

Me dijo que lo vendiera, lo regalara, lo donara... lo que fuera, pero que lo sacase de mi casa.

¿Cómo vender un objeto tan extraordinario?. ¿Cómo concebir el regalarlo? ¿Acaso se regalan los dones recibidos?. Cuando me reflejaba en él, podía ver más allá de la superficie mal azogada y cubierta de orín. Veía todas las facetas ocultas de mi figura que otros espejos no alcanzaban a reflejar. Veía en mí tiempos pasados, tiempos de gloria y conocimiento. Veía sabiduría y poder. Veía que podían ser míos, que con sólo extender la mano... Con sólo extender la mano...

Pero cuando finalmente, presa de una lucidez extrema, lo hacía, mi brazo chocaba con la superficie fría y seca, y mi mano ensuciaba su reluciente superficie de sudor. La claridad de su superficie límpida y brillante se veía marcada por una cicatriz de sudor y sueños incumplidos.

Mi madre me rogó que me librara del espejo. Decía alguna tontería acerca de algo maldito.

¿Cómo podría estar maldito ese bello objeto? ¿Cómo podría estar maldito algo tan bello, tan perfecto? Las tallas, intrincadas y inexcusablemente bellas, seguían un patrón, lo veía claramente. Tan claramente como veía mi imagen, atractiva y segura, conocedora y sabia, cercana y lejana a la vez. Tan cerca como para tocarla con los dedos... pero tan lejos que el deseo y la frustración se reflejaban en mi cuerpo.

Mi madre decía que algo me estaba consumiendo. Que no era ni sano ni normal que pasara tanto tiempo frente al espejo.

¿Pero cómo alejarse de algo que produce tal placer? ¿Podría acaso el viajero que, sediento, cruza un interminable desierto, decidirse a abandonar una fresca fuente de aguas claras y tranquilas? ¿Acaso podría yo alejarme de ese remanso de paz, de ese rincón de belleza, de esa puerta a la verdad y el conocimiento?

Mi madre dijo que me vendría bien un cambio de aires. Que podría volver a la Universidad, que hacía mucho tiempo que tenía abandonados mis deberes y estudios. Me suplicó que saliera, que me alejara de mi estudio, de mi obsesión. Que el tiempo y la distancia seguramente me devolverían a la realidad que estaba abandonando.

Cada vez me sentía más cerca de esa imagen, de ese reflejo. Sentía que era más real que todo lo que me rodeaba.

Le dije que era una buena idea. Volví a los salones de M., a las tranquilas tardes de otoño en aulas húmedas y tenuemente iluminadas, a los estudiosos y a las clases. A la rutina, en la que el tiempo se desliza, perezoso, como las hojas que caen de los castaños que hay frente a mi despacho.

La verdad... la verdad realmente es que no volví ni para tranquilizar a mi madre, ni por mis por alumnos abandonados, ni por mis colegas... ¿Por qué habría de volver por una vieja psicótica que no hacía nada más que intentar alejarme de mi objetivo? ¿Volver por un puñado de sanguijuelas que chupaban el conocimiento de los demás y luego, orgullosos, lo exhibían como si fuera propio? ¿Quizás volver por un grupo de mohosos ancianos enquistados en el pasado y su gloria? No, no volvería ni por ellos ni por nadie ni por nada. Volví simplemente porque la Universidad cuenta con una de las mejores bibliotecas del mundo.

Sentía la llamada desde el espejo.

El conocimiento me había sido mostrado, como un manjar apetitoso e irresistible, pero necesitaba el poder para alcanzarlo. Había sido iluminado por él, tenía que llegar a él, NECESITABA llegar a él, a los oscuros salones, a los susurros de sabiduría en la noche, en la noche, que tiene más poder en la punta de sus negros dedos que todo el día con su luminancia y alardeo, que es poder, que es sabiduría, que lo es TODO, tenía que llegar, conseguirla, conquistarla, rogarle una migaja de su magnificencia, conociéndola era imposible pensar en nada más, me había sido concedido tal honor, tal honor, tal gloria... ¡Tenía que alcanzarlo, tocarlo, convertirlo en parte de mí, ser parte de él!

Y el poder, el verdadero poder, el que realmente vale la pena alcanzar y merece cualquier sacrificio, se logra a través del conocimiento y es conocimiento. La clave estaba ahí, en alguna parte. Y yo tenía que lograr asirla con mis indignas manos, con mis sucias manos de ignorante, ardientes y sudorosas por el deseo.

Mi madre estaba muy contenta de que me hubiera volcado de nuevo en mis estudios.

Leía. Buscaba incesante. Descubrí libros oscuros, ignorados y escondidos, no por su antigüedad o por haber perdido validez sus conocimientos. ¡Los habían ocultado para que no conociéramos la verdad! ¡La verdad estaba en esas páginas, en esas palabras mal garabateadas sobre vitela frágil y perecedera! ¡La verdad, el conocimiento, el poder!

Mi imagen en el espejo me llamaba. Y yo ansiaba darle respuesta.

Mi madre, esa mujer, intentó que comiera. ¡¡Yo me alimentaba del conocimiento, no necesitaba más!!

Leía, incansable. Gastaba noches y días y noches y más noches y tardes y mañanas. El tiempo pasaba, pero no sentía sus manos sobre mí. Me alejaba de su reino y de su poder. Estaba a punto de alcanzar mi objetivo.

Mi reflejo, mi propio yo, me llamaba y sonreía.

La mujer espiaba por los rincones y paseaba por la casa como un alma en pena. Lloraba de vez en cuando. Me desconcentraba.

Consulté copias del Mysterium Cosmographicum, de tomos perdidos citados a pie de página en el Libro de Dzyan, de fragmentos originales del Physica et mystica. Busqué en tomos de Sprenger, en volúmenes de Paracelso, en incunables de Trismegisto, en la única copia que sobrevivió a los fuegos de la Inquisición de Remigios, incluso logré, tras una intensa correspondencia con un estudioso de A., hacerme con una vieja copia de un extraño libro escrito por un árabe loco. ¿Cómo se puede llamar loco a quien ha visto la realidad tal y como es? ¿No serán los locos todos aquellos que, ciegos a ella, la ignoran y denigran a quienes intentan abrirles los ojos con su sabiduría y grandeza?

El espejo comenzó a mostrarme la verdad, y yo, sediento, la absorbí.

Creo que esa mujer que vivía en mi casa estaba conspirando contra mí. Me miraba a mí, miraba al espejo y fruncía el ceño. Vi con esa visión más clara y límpida que había adquirido, que intentaría destruirnos. ¡¡No podría!! ¡¡No se lo permitiríamos!! ¡¡Llevábamos demasiado tiempo esperando!!

La asesina, la traidora, la malvada se intenta acercar a nosotros en la oscuridad... ¡pobre ignorante, que no ves que la oscuridad es nuestro reino! Lleva en sus manos un pesado pisapapeles, intentará fragmentarnos, dividirnos, pero no podrá. No podría ni siquiera imaginar el tiempo que llevamos separados, ni siquiera concebir el espacio que hemos recorrido para encontrarnos. Se acerca, intenta golpearnos, destruirnos. Nos interpondremos a nuestra propia destrucción. Gritando, se derrumba y deja de existir. El impuro no es capaz de ver nuestra gloria y volver a su anterior ser.

Libres, al fin, volveremos a reinar. Observamos, desde nuestro trono de espejo, como, desmadejada y sin vida, a nuestros pies reposa la primera piedra del camino de nuestro resurgir.

Concurso Cthulhu

Vie Dic 17, 2004 8:38 am

Quinto relato presentado:

Relato V: Sombra sin sueño

por Raymon

Desde que tengo uso de la razón, puedo recordar los temores que me asaltaban a la hora de dormir.

Siempre mi madre me decía que tenía que pensar en cosas lindas para tener lindos sueños, pero me era difícil lograrlo, por más que tarde o temprano conciliaba una imagen placentera creada a base de los cuentos que tanto leía. Tenía diversos sueños, de todo tipo de temática y clase, con seres mágicos, tales como hadas y príncipes azules, con utopías fantásticas, pero siempre, todas las noches, un ser oscuro se entrometía en mi sueño, dejándome con la intriga de quien sería aquel visitante. Solamente lo veía una vez durante algún momento de la hora de dormir, pero era como si siempre estuviera acechando allí, donde más vulnerable me encontraba. Mi madre y mi psicólogo siempre se asombraron de la capacidad para recordar sueños que tenía. Podía describir cada noche la obra de teatro que me jugaba mi imaginación tal y como había sido con lujo de detalles, excepto en el momento en que el visitante asaltaba la escena, escurriéndose silenciosamente, pero dejando una marca borrosa durante el segundo de su presencia. Todas las noches me proponía en desenmascarar a la sombra penitente que atormentaba mi dormir, pero era demasiado rápida para verla bien, pero a su vez dejaba una marca dolorosa que me provocaba un asalto en las mágicas aventuras que vivía noche a noche, día a día.

Una noche, allá por el verano de 1926, tuve un sueño muy particular. Por primera vez no se trataba de un sueño tan idílico como los anteriores ni una pesadilla, era algo neutro. Estaba caminando por una blanca habitación cuadrada, donde me encontraba solamente yo, y un sillón de alto respaldo. Caminaba derecho al mobiliario presente para darlo vuelta "tal vez allí se encuentre la sombra!!", pensé ilusionado, "tal vez pueda ver a mi asaltante y desenmascararlo", Estaba muy ilusionado. Bueno, eso era lo que yo pensaba, cuando me decidía a dar vuelta el respaldo del sillón para ver al supuesto intruso, el ser que allí estaba sentado se me adelantó y la silla dio un giro por si sola, dejándome cara a cara con mi visitante.

La visión no duró mas de lo normal, por lo que solamente pude asimilar un poco más de su ser. Pude descubrir que sus ojos eran rojos y pequeños, pero penetrantes y que su mirada asustaba, por más que solo fuera una sombra.

Los días pasaron y mis sueños se volvieron a regularizar, pero siempre el se encontraba allí, observando y tarde o temprano haciendo su aparición triunfal.

Fui muy bien atendido por mis padres toda la vida, tal vez por mi condición de hijo único. Fui a los mejores colegios británicos que forjaron mi educación a rajatabla. Cuando tenía trece años, ingresé en el instituto de Manchester durante nueve meses a pupilo. Compartía una habitación con un compañero muy chocarrero. Yo a el lo tenía en lo más bajo de mi consideración ya que siempre me gastaba bromas pesadas acerca de mi temor nocturno. Una noche luego de una ceremonia en conmemoración al día de la independencia, se realizó un baile al que todo el colegio asistió menos yo. Desde chico me gustó leer, y no era muy popular en el colegio, por lo que luego de la ceremonia, me encaminé a mi habitación, donde encontré sorprendido, mi colcha desgarrada y plumas en toda la sala. En la colcha estaban marcados los números 27/6

Me acusaron de haber roto la colcha yo mismo y me llevé una magna reprimienda por parte de las directoras. Era el día veintitrés, y yo ya estaba esperando a la noche del veintisiete con ansia. Los días pasaron y mi ansiedad aumentó, hasta la noche que la colcha de mi cama había dictado. Lo primero que pensé el día de la ceremonia fue en mi compañero de habitación, pero revisando los hechos mentalmente noté que no hubo momento en que se quedará solo en casa por lo que descarté esa probabilidad.

La noche llegó y caí en un sueño mucho más profundo que lo normal. La misma habitación que había aparecido hace unos años, ahora estaba sin la silla, solamente con una ventana. Camine con paso inseguro hacia ella y levante la persiana. La visión del rostro fue más duradera que lo normal. Pude descubrir todas las facciones de su cara, Era una mancha incorpórea pero yo la veía como un ser, tomaba la forma de un hombre, pero era solamente una figura nebuliforme, pero yo lo seguía viendo con personalidad, como si fuera alguien, pero solo era sombra, oscuridad, vacío.

Pasaron los años y el visitante misteriosamente dejó de aparecer. Fue su aparición duradera la que me quedo marcada en la mente, y yo pensaba que iba a ser la última, que la sombra al dar su cara se disiparía por siempre, pero lamentablemente, no fue así. Nunca pude dormir tranquilo otra vez por más que el visitante no apareció más ya que siempre esperaba el momento en que asaltara mi sueño, y ese momento nunca llegaba, pero yo lo esperaba en un sueño intranquilo.

Una noche, diez años después de aquella visita duradera de la sombra asaltante, tuve un sueño tranquilo, el cual estaba basado en el cuento que había leído en mi infancia, Rapunzel. Cuando el príncipe iba a subir por el cabello dorado de la dama, la escena se difuminó y la habitación blanca volvió a aparecer. Esta vez, no había ni una ventana, ni una silla, no había nada, solo silencio y tranquilidad. Desperté sobresaltado. Miré en la ventana de mi habitación y no vi. ninguna sombra, solo las ramas mecidas por el viento estival. Desvíe mi mirada hacia la pared y descubrí una sombra, con la mano alzada, en la que llevaba un objeto punzante. Seguí la sombra con la vista y atónito observé que esa sombra, no era provocada por ningún objeto. Me tapé con las colchas y estuve así por dos minutos. – Cuando me destapé, la sombra no estará más!- pensé ilusamente.

Me destapé y vi que la sombra, estaba reflejada en la pared, a la altura de mi cabeza, y logré distinguir el movimiento de su mano alzada, bajando y subiendo, apuñalándome con el presunto objeto punzante.

Grité mucho, me dolía.

Treinta años después, escribo recordando este momento, desde el hospital neuropsiquiatrico de St.Hills, en las colinas de Birmingham, esperando a que caiga otra noche más, para descubir a mi sombra del sueño, y desenmascararla, para acabar con esta pesadilla.

Dicen que estoy loco, y que esa sombra no existe, tal vez no exista, pero esa sombra, estoy completamente seguro, que se reflejó en la pared, aquella noche de invierno, en mi habitación.

Concurso Cthulhu

Dom Dic 26, 2004 9:35 pm

Sexto relato presentado:

Relato VI: Transformaciones

por capi_89

Me encontraba en una habitación que estaba parcialmente a oscuras, ya que la única fuente de luz provenía de unas llamas que danzaban sobre unas antorchas colocadas en las paredes. No había sonido alguno, sino un silencio sepulcral, que parecía encerrar los mayores secretos del hombre, como si fuera un guardián de lo oculto.

Sentí que una leve y helada brisa bañaba mi cuerpo al surcar la habitación, como si de la muerte se tratase. Me acerqué tembloroso a una de las paredes. Unos extraños símbolos, de desconocido origen, la cubrían en su totalidad. Por más que lo intenté no pude descifrarlos. Este tipo de simbología no guardaba relación con ninguna civilización conocida por el hombre.

Miré la habitación. Me percaté de que en realidad, era una gran cámara que ascendía hasta alturas insondables, ya que desde mi posición no lograba ver el techo, sino sólo un manto de impenetrable oscuridad.

La brisa leve y helada, era ahora un aire quieto y hediondo. Un olor a muerte inundaba la habitación. Busqué una salida por la cual escapar del hedor y encontré una puerta, de madera, con unos extraños tallados con forma de seres que estaban muy emparentados con los sapos. Jalé la puerta, no cedió. Jalé la puerta por segunda vez, el hedor era ahora insoportable, jalé la puerta por tercera vez. Ya no resistí...

Me desperté... estaba sobre mi cama. Miré el reloj y observé que eran las 6:05 de la mañana. Sin prestar mucha atención a lo que yo denominé una simple pesadilla, me levanté de la cama. Algo cayó al suelo con un ruido seco. Me agaché y recogí el libro que había estado leyendo antes de dormirme.

Era un libro de tapa dura y de color gris verdoso, que presentaba el aspecto de un tomo muy antiguo, como si hubiese sido sacado de la tumba de algún faraón. Lo que más me llamaba la atención, era la repugnancia que me provocaba la tapa del libro. Parecía como la piel correosa de algún anfibio, aunque tal vez eran sólo pensamientos producidos por mi imaginación. Este objeto era algo sagrado para mi, ya que fue lo último que me dejó mi madre, antes de desaparecer aquella fría noche de invierno. Ni siquiera dejó una nota en la cual me explicara sus acciones.

Dejé el libro sobre la mesita de luz, el único mueble que había en mi habitación además de la cama, y me dirigí al baño. Luego de unos minutos salí en mi bicicleta hacia la universidad de Miskatonik. El resto del día fue un ir y venir, de un salón al otro.

Luego de terminar la clase de medicina, me encaminé en mi bicicleta hacia mi casa. La noche ya estaba entrada. Observé con estupefacción como la luna dotaba de carácter fantasmagórico a todas las construcciones.

Ya en mi casa, cené los resto del almuerzo, y luego, con un cansancio indescriptible, me dejé caer sobre la cama. Estaba a punto de dormirme, pero vi el libro sobre la mesita de luz. Me incorporé en la cama y tomé el libro. Luego de leer unas cuantas páginas de aquel volumen, que parecía como si nunca fuera a acabarse, me quede profundamente dormido.

...Me encontraba en la misma habitación que había soñado la noche anterior. Todo permanecía igual, a excepción de la puerta, que esta vez estaba entreabierta, y permitía entrever un halo de luz proveniente de otra habitación.

Me deslicé tras la puerta, y fui a dar a una cámara circular mucho mas pequeña que la anterior. Miré las paredes y asombrado vi que no había ninguna antorcha. La luz, provenía de un arcón, que se hallaba justo en el centro de la habitación.

Con paso solemne, me dirigí hasta el arcón. A medida que avanzaba, me percaté de que la cámara presentaba una forma que desafiaba las teorías euclidianas.

Al llegar al arcón, mi asombro no tuvo fronteras. Ante mi había un cofre totalmente hecho en oro, que evidenciaba ser de una manufactura manual, y tenía unos de tallados de unas figuras con forma de sapo, pero que a su vez, presentaban una extraña semejanza con las formas antropoides de un humano.

Desesperado por la intriga decidí abrir el arcón. Puse mis manos sobre la tapa y cuando estaba por jalar, una brisa helada, me detuvo, como si viniera augurando un mal presagio. Pero la fascinación ante lo desconocido venció mis miedos. Al abrirlo, no había nada, excepto un agujero, del cual no lograba ver el final.

De pronto empezó a salir agua del agujero, y lo que antes me había provocado fascinación, ahora empezaba a provocarme un terror indescriptible.

La habitación, empezó inundarse con una rapidez asombrosa. Corrí hacia la puerta de madera, pero ahora en su lugar, había pared. Golpeé la pared varias veces, pero no hubo respuesta antes mis súplicas. El agua ya me llegaba a la boca. Empecé a ahogarme...

Me desperté... estaba en mi cama. En mis manos tenía el libro que estaba leyendo antes de dormirme. Miré el reloj, eran las 6:07 de la mañana. Me levanté y desayuné lentamente, ya que era un día sábado y no debía asistir a la universidad. Luego de desayunar, decidí tomar una refrescante ducha, para olvidar mis pesadillas. El día transcurrió de forma normal y corriente.

Al finalizar la cena, me dirigí a mi habitación. Tomé el libro, y empecé a leer las páginas que me faltaban para finalizar el tomo.

...Me encontraba en la misma habitación de forma circular, de la noche anterior. El agua ya estaba emanando del reluciente arcón. A pesar de mi inminente muerte, no sentía miedo, y lo peor es que no sabía por qué.

El agua me llegaba a la boca, pero sin embargo, podía respirar mediante unos tajos que tenía en mi cuello y en el abdomen.

Empecé a escuchar una leve voz que me llamaba, y que cada vez se hacía mas fuerte como si se estuviera acercando. Sentí un fuerte impulso de deslizarme por el agujero. Y a pesar de que todo mi ser me indicaba que no debía hacerlo, me deslicé por él...

Estas son las últimas líneas de mi diario, ya que pienso marcharme a las profundidades, donde me esperan mis ancestros, y todos los que son como yo...

Diario encontrado en la casa del estudiante Elliot Lens, desaparecido hace diez años. Todavía no se logra dar con el paradero de ningún familiar.

Concurso Cthulhu

Dom Ene 02, 2005 1:15 pm

El jurado ya ha emitido su fallo:

El primer premio ha sido para Erierd, por "A mi madre no le gustaba el espejo".

El segundo premio ha sido para Be'lakor por "Relato I (Sin título)".

Por favor, que los premiados se pongan en contacto con Vidimus para elegir su premio. Gracias a todos por participar; todos los relatos se subirán próximamente a la sección de Cthulhu en Inforol.

Como ya no es necesario el anonimato, se van a editar los mensajes para poner quién es el autor de cada uno. Este tema queda abierto por si alguien quiere hacer algún comentario sobre los relatos.

Saludos y gracias,

El jurado

vidimus

Mar Ene 04, 2005 12:40 am

Felicidades a los ganadores del concurso. Be'lakor ya luce orgulloso su nuevo rango de usuario y una medallita de plata . Erierd, esperamos a que te conectes de nuevo después del parón navideño para que pidas lo que te corresponde.

Así mismo, agradecer a todos los participantes el que hayan enviado sus relatos y felicitarles por los mismos. Aquí hay madera de escritores. Seguid así .

Glaaki

Mar Ene 04, 2005 1:17 am

¡Felicidades!

Ya tenéis disponibles los relatos en la sección de Cthulhu ( http://www.inforol.com/rol/cthulhu/relatos/2066 ) . Al final del artículo podéis descargaros un PDF con todos los relatos.

Erierd

Mie Ene 12, 2005 5:25 pm

¿Cuándo me haceis la transferencia?

vidimus

Mie Ene 12, 2005 10:10 pm

Erierd escribió:
¿Cuándo me haceis la transferencia?

Pues en cuanto me digas el rango que quieres tener. La "medalla" ya la tienes. Felicidades de nuevo.

Por cierto, que he cambiado las sosas medallas por unos más apropiados símbolos arcanos en oro y plata . Espero que os gusten.

Invitado

Jue Ene 13, 2005 8:50 am

¡Jooooooo! ¡Yo quiero uuunooooooo!

Entropía

Jue Ene 13, 2005 3:11 pm

vidimus escribió:
Por cierto, que he cambiado las sosas medallas por unos más apropiados símbolos arcanos en oro y plata . Espero que os gusten.

Me gustan, pero quizás mejoren con un pequeño toque:

¿Qué tal?

vidimus

Jue Ene 13, 2005 4:08 pm

Quedan bastante mejor, Entro. A mí es que se me afeaban mucho al pasarlas a gif con fondo transparente, y en un acto de vagueza inconmensurable, decidí dejarlos con fondo negro .

Haré los cambios en un momento.

Editado: Hecho. Muchas gracias, Entro.

Anónimo escribió:
¡Jooooooo! ¡Yo quiero uuunooooooo!

Tranquilo, que pronto tendrás una nueva posibilidad para ganar un símbolo arcano.

Mórladon Letmein

Jue Ene 13, 2005 7:50 pm

vidimus escribió:
Anónimo escribió:
¡Jooooooo! ¡Yo quiero uuunooooooo!

Tranquilo, que pronto tendrás una nueva posibilidad para ganar un símbolo arcano.

Eso está MUY bien. Por supuesto volveré a intentarlo, pero me esmeraré más. El final de mi historia no me gusta, como pasa con el final de casi todo lo que escribo. Empiezo inspirado con una idea interesante en la cabeza, pero poco a poco la impaciencia y las ganas de acabar se apoderan de mí y acabo pifiándola por algún lado. En fin...

PD1: Pese a este comentario, el invitado NO era yo.

PD2: ¿Os habeis dado cuenta de que habeis iniciado uan fiebre en Inforol? Ahora hay muchos concursos que ofrecen como premio un rango personalizado y una medallita. Al final no va a ser ningún mérito tener uno. Al menos si se personaliza cada premio (como la idea de los símbolos arcanos) queda mejor.

PD3: ¿Sabeis cuándo va a empezar el concurso literario en el foro de literatura?

vidimus

Jue Ene 13, 2005 11:43 pm

Pues ni idea de cuándo empezará el de Literatura.

Respecto al símbolo arcano, la idea es que se sepa en qué foro conseguiste la distinción .

P.D.: ¿Muchos concursos?

Mórladon Letmein

Vie Ene 14, 2005 8:53 am

vidimus escribió:
P.D.: ¿Muchos concursos?

Está el de Miss/Mister avatar, el de villancicos del foro de música, y creo que he visto que alguien proponía otro, pero no recuerdo donde.

Glaaki

Vie Ene 14, 2005 10:07 pm

Me encantan los símbolos de oro y plata. ¡Con la modificación de Entro quedan aún mejor!

Erierd

Sab Ene 15, 2005 10:25 pm

Y lo bien que quedan...

Glaaki

Vie Ene 28, 2005 5:14 pm

Apuntamos este mensaje en la lista de Enlaces Recomendados y le quitamos la "chincheta".

Iros preparando para el próximo concurso... ¿Cuándo? Eso sólo Yog-Sothoth lo sabe...



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Misne Bibliotecario
21-05-2010 11:57

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No sé cómo interpretar esto... es de junio de 2006

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Odio que la gente plagie y se quede tan ancha, que me corrijan si me equivoco... porque Erierd lo escribió primero, digo yo.

Misne

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vidimus
Jue Ene 13, 2005 11:43 pm

Mórladon Letmein
Vie Ene 14, 2005 8:53 am

Glaaki
Vie Ene 14, 2005 10:07 pm

Erierd
Sab Ene 15, 2005 10:25 pm

Glaaki
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