—Oh, ese Nahum —dijo en seguida, y se rió de nuevo—. No creo que me hubiese dejado todo ese dinero de saber lo que le ocurriría. No señor, no creo que lo hubiese hecho. Y sin un recibo, ni nada. Eran cinco mil. Y me dijo que no necesitaba pagaré o papel alguno, de modo que no existían pruebas de que hubiese tomado ese dinero, ninguna, sólo nosotros dos lo sabíamos, y fijamos una fecha de pago, un día, cinco años más tarde, para que viniese a buscar su dinero. Cinco años, y este es el día, el día de Wentworth.
«Sólo que él no puede venir, porque dos meses después de ese día, le mataron en una cacería. Un tiro en la nuca. Un accidente. Por supuesto hay quien murmuró que el disparo había sido mío, pero tuvieron que callarse, porque me fui directamente a Dunwich, al banco, donde hice y deposité un testamento para que su hija, la señorita Genie, heredase todo a mi muerte. Y no fue un testamento secreto. Se lo hice saber a todos para que dejasen de hablar tanta tontería.»
«El plazo no vence hasta la medianoche de hoy —dijo con su risa entrecortada—. Y no parece que Nahum pueda ahora cumplir con su cita ¿verdad?»