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01-02-2024 15:57

Nuevos Mitos de Cthulhu 3 (foro de La Biblioteca)

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08-08-2023 12:01

El árbol (sección de Biblioteca)
↕ 5 meses ↕

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EL ÁRBOL

Por Marc Barqué

“Covered in blood

All hope is lost

Forever to rot”

Death - Evil Dead

Oras era un pequeño pueblo perdido en medio de Moldavia. Era un lugar tranquilo y apacible, aunque de vida dura. La mayoría de sus poco más de trescientos habitantes eran campesinos que en aquel año de 1432 sufrieron diversas sequías que comprometieron las cosechas y, por lo tanto, su supervivencia. Sin embargo, esta circunstancia no era rara en aquellos lares, de modo que la gente de Oras lo afrontó con optimismo, puesto que siempre habían superado tales adversidades. Los labradores trabajaban desde la salida del Sol hasta poco antes del ocaso, ayudados por sus mujeres e hijos.

En las proximidades de Oras nacía un territorio boscoso. El bosque no era especialmente denso, y los niños solían entrar a jugar al escondite, aprovechando para recoger algo de pequeñas frutas o cualquier otra cosa que pudiese servir de alimento. Los dominios silvanos eran un lugar bonito y muy familiar para todos los niños, sin embargo nunca se acercaban al claro del este del bosque, lugar al que llamaban regiune demonica. Ese lugar despertaba un profundo temor sobre todos los lugareños, y toda madre prohibía a su hijo acercarse al lugar maldito. No era por el lugar en sí, sino porque en medio del claro estaba el árbol.

Muchas eran las leyendas, todas siniestras, que se explicaban sobre aquella enorme y tenebrosa planta. Se decía que sus raíces llegaban hasta el mismo infierno, y que de ahí tomaba el azufre que lo mantenía con vida. Se comentaba que, a veces, se había avistado al diablo sentado en sus ramas meciendo el anticristo. Otras leyendas hablaban de tentáculos horrendos que emergían de las profundidades subterráneas hasta la superficie alrededor del árbol, agarrando a quienquiera que merodease por los alrededores y sepultándolo bajo tierra. Las historias más grotescas hablaban de que, en algunas ocasiones, el árbol se desplazaba por el claro. La mayoría de esas leyendas provenían de la tradición oral de Oras y habían sido transmitidas de padres a hijos durante varias generaciones. Sin embargo, algunos aseguraban haber visto, durante los últimos años, a algunas brujas adentrándose en regiune demonica. Y eso sí que causaba auténtico pavor, puesto que todos sabían que las brujas existían y moraban en ocultos emplazamientos por toda Moldavia, realizando sus blasfemos rituales, matando buenos hombres y alimentándose de las entrañas de inocentes niños. Se dice que las brujas de Moldavia, para escapar de la persecución, se refugiaban en el claro del bosque, ya que ahí estaban protegidas tanto por los poderes de la oscuridad que emanaban del árbol, como por las prohibiciones del príncipe Elías de penetrar en esa zona, puesto que, como le aseguraban los sacerdotes, era mejor no perturbar las demoníacas entidades que moraban alrededor del árbol. Era mejor dejar escapar algunas brujas antes que arriesgarse a despertar algo que debía mantenerse dormido a toda costa.

Una tarde de verano, el pequeño Vasile estaba jugando al escondite con sus amigos en el bosque. Vasile era todo un experto encontrándolos, puesto que había memorizado los lugares donde solían ocultarse. Mientras estaba dirigiéndose hacia uno de esos lares, vio a uno de sus amigos, el simpático Andrei, erguido ante una mujer alta, delgada y vestida de negro. La mujer lo estaba acariciando en la mejilla y le hablaba, pero Vasile no podía oír lo que le decía. De repente, la mujer giró la cabeza y, mientras el niño seguía mirándola a ella, la desconocida clavó su mirada en los ojos de Vasile y le mostró una escalofriante sonrisa que lo paralizó. Era como si algo le estrujase la columna vertebral. Tras esto, la mujer ya no prestó más atención a Vasile, sino que volvió a hablar a su amigo, lo cogió de la mano y se lo llevó. Vasile estaba aterrado y sentía la necesidad de salir corriendo y gritar, pero era incapaz siquiera de parpadear. ¿Era una bruja la que se había llevado a Andrei? El mero asomo de esta sospecha en la mente de Vasile le creó una ansiedad enorme y notó cómo un pinchazo le sacudía el corazón y su pulso se aceleraba. Poco a poco pudo volver a moverse, aunque con dificultad, y pese a que en un principio intentó vencer su miedo para ir en ayuda de su compañero, un pensamiento lo impulsó hacia atrás: se dirigían hacia el claro.

Atemorizado por sus pensamientos, Vasile se dirigió corriendo con presteza hacia los lugares donde sabía que se habrían escondido sus amigos. Ya no podía hacer nada por el desgraciado Andrei, pero podía impedir que más niños fuesen capturados por las adoradoras de Satanás. Uno a uno los fue encontrando y les gritó que fueran hacia el pueblo, que había brujas en el bosque y que se habían llevado a Andrei. Al cabo de pocos minutos, y tras haber visto a los niños correr desesperados por los campos de cultivo y las calles del pueblo gritando cosas sobre brujas y sobre Andrei, los aldeanos se reunieron en el centro de Oras, algunos llorando, otros consolando a los atormentados padres de Andrei, pero todos, sin excepción, aterrorizados. La madre de Andrei imploraba a sus vecinos que fuesen a buscar a su hijo, que no podían dejar a un niño solo con esos monstruos. Todos se apiadaban de la mujer, pero nadie osaba ofrecerse voluntario. Muchos murmuraban sobre la práctica imposibilidad de que Andrei aún siguiese vivo, otros sobre las nulas oportunidades de salvarlo del cautiverio de las brujas, y menos aún si estaban en regiune demonica.

Mientras los padres de Andrei suplicaban sin éxito a sus asustados vecinos que fuesen en busca de su hijo, el pequeño era llevado de la mano por la mujer vestida de negro que lo alejaba cada vez más de Oras. Andrei la seguía sin oponer resistencia, pues estaba en un estado casi catatónico, como si lo hubiesen hipnotizado. Poco a poco el niño fue recuperando su conciencia y empezó a hacer un amago de resistirse, pero enseguida notó la terrible fijeza con que la mujer empezó a apretar su mano. Intentó detener la marcha haciendo palanca con los pies, pero ella tiraba de él, haciéndole daño. Notaba como si se le fueran a romper los huesos de la mano. Andrei dejó de resistirse al comprender que no podría huir de ningún modo, no sólo por la fuerza con la que esa mujer apresaba su mano, sino por las otras veinte o treinta mujeres que seguían la marcha tras ellos, desparramadas por el bosque, pero todas avanzando en la misma dirección. Andrei no tardó en comprender que había sido capturado por un grupo de brujas, y tan rápido como esta terrible certeza apuñaló su conciencia, rompió a llorar desesperadamente. Su llanto y sus chillidos, sumados a sus inútiles esfuerzos por librarse de la bruja que le estrujaba la mano mientras lo arrastraba al mismo tiempo que intentaba no caer, habrían provocado la más apesadumbrada de las compasiones a cualquier ser humano, mas arrancaba endemoniadas carcajadas a las brujas, dirigiendo miradas y muecas burlonas al acobardado pequeño.

El llanto del miserable niño se hizo más fuerte al comprender que estaban ya dentro del claro del bosque, puesto que ante él se abría un gran prado y podía divisar a lo lejos un árbol muy grande que se alzaba imponente y aterrador llenando esa región de la sombra del miedo. Parecía como si la luz del Sol no llegase del todo al claro, pese a que era apenas media tarde. Una luz mortecina iluminaba débilmente los alrededores, y parecía volverse más oscura y gris conforme se acercaban al árbol.

Andrei nunca había visto el árbol, como tampoco ninguno de sus amigos. Probablemente ningún adulto de Oras lo había visto. Sabía que era alto y terrorífico, porque es lo que siempre le habían contado. Sin embargo, al encontrarse ante aquello, pudo vislumbrar el horror vegetal que era la entidad arbórea que nunca quiso ver. El árbol medía unos quince metros de altura. Su tronco era muy grueso y de color marrón oscuro. Por la parte inferior del tronco surgían las raíces, que se clavaban dentro del suelo, que parecía sufrir la penetración de esos puñales de madera. Tanto las raíces como el tronco, pese a ser extremadamente duras, tenían una textura ligeramente viscosa y además no eran estáticas, sino que podía observarse cómo tenían pequeños espasmos, muy lentos pero claramente perceptibles, como si alguna sustancia circulase por su interior y se dirigiese al tronco. Parecía que el árbol absorbía grandes cantidades de alguna sustancia presente bajo el suelo del claro. El tronco del árbol era propio de oscuras pesadillas: su enorme superficie estaba recubierta de gruesas protuberancias, algunas que recorrían parte del tronco dibujando enfermizas formas, y otras se extendían algunos centímetros hacia fuera, dando la sensación de pequeños tentáculos leñosos, los cuales realizaban lentos movimientos hacia todas direcciones, del mismo modo que las cucarachas mueven constantemente sus antenas. En algunos puntos del enorme tronco podían verse extraños y difusos rostros con semblantes sombríos y muecas de dolor, formados por mezclas de protuberancias, sombras, rasguños y corteza sobresaliente o caída. Podrían ser meras pareidolias. Podría ser. En lo alto del árbol se extendían siniestras agrupaciones de ramas, que formaban un infernal pandemónium de madera retorcida, arrugada y puntiaguda, con todas sus ramificaciones retorciéndose entre ellas y las cuales se extendían desordenadamente varios metros allende el diámetro del árbol. Las ramas estaban todas desnudas, sin hojas, y ejercían lentos movimientos parecidos a los de los tentáculos de fuste cuya repugnante existencia asomaba desde el tronco.

En toda regiune demonica se percibía una inmunda humedad mohosa, que aumentaba en los alrededores inmediatos del árbol. Una densa neblina grisácea danzaba lentamente en las cercanías de la ciclópea planta, y diversas especies de hongos, todos repugnantes y malolientes, se extendían por todo el suelo bajo las diabólicas ramas. Algunos de estos hongos, extrañas mezclas de mohos y levaduras, eran tan densos y grandes que conformaban horrendas formas corpóreas con rutilantes patas, de modo que caminaban torpemente, como si fuesen una grotesca y asquerosa mezcla de hongo y animal invertebrado. Entre las ramas del árbol, por algunas protuberancias del tronco y también por el suelo apuñalado por las raíces, moraban los únicos animales que convivían con el árbol y los hongos: arañas de diversas especies, aunque con primacía de las tarántulas y las viudas negras.

Esta aberración natural, si es que realmente la naturaleza fue el demiurgo de tal blasfemia biológica, se alzaba y extendía en toda su aterradora realidad, sin los filtros atenuantes de la ignorancia ni la compasión narrativa de las historias, ante el pequeño Andrei, totalmente acobardado por el horror que lo amenazaba. Las cuerdas vocales de Andrei apenas podían seguir emitiendo los agudos chillidos que fueron intensificándose conforme el árbol se mostraba más cercano, pero el niño seguía forzándolas, expulsando de su garganta unos gritos rotos sólo interrumpidos por profundos suspiros que sus pulmones exigían para evitar la asfixia. Las brujas no paraban de reír mientras se burlaban del sufrimiento de Andrei. La que lo apresó se situó delante de él en cuclillas y puso cara de niña llorando, simulando el gesto con ambas manos de secarse las lágrimas bajo los ojos. Tras esta cruel burla, la bruja mostró sus largas y afiladas uñas a Andrei y, con un rápido movimiento lateral, le abrió el vientre. Ante este inesperado movimiento, Andrei cayó al suelo, ya sin llorar, con una mueca de sorpresa y horror al ver su barriga abierta y varias manos que se abalanzaron hacia sus entrañas para arrancar las tripas, el estómago, el páncreas, los riñones y el resto de sus órganos. Andrei murió sumido en el puro horror, sin entender por qué merecía ese miserable destino. La última imagen que vio antes de que su vida se apagase por completo fue el cuadro de dos brujas mordiendo y masticando sus intestinos con una voracidad salvaje.

Las brujas estuvieron un buen rato devorando las entrañas del desgraciado Andrei, abriéndole los brazos y piernas para degustar sus jóvenes venas. Dejaron para el final su órgano más delicioso: el cerebro. En cuanto terminaron y Andrei ya no era nada más que un amasijo de carne ensangrentada con restos desgarrados de encéfalo, intestinos y venas, las brujas se levantaron y emitieron sonidos de satisfacción y saciedad. Una de ellas habló:

—Qué maravilloso es este claro del bosque. No sólo nadie nos molesta, sino que este árbol aterroriza a cualquiera que lo ve. ¡Así, sazonada con el miedo, la comida es más suculenta! — tras pronunciar estas palabras, lamió la sangre aún fresca que le caía por el labio inferior.

—Sí, esos estúpidos campesinos nunca se atreverán a venir a buscarnos en esto que llaman regiune demonica. Qué suerte llegar aquí. En el norte, mi antiguo aquelarre fue descubierto y, pese a que nos defendimos con violencia y logramos matar a decenas de hombres, las quemaron vivas a casi todas. La mayoría eran brujas jóvenes que aún no controlaban demasiado las artes oscuras. Por suerte, yo logré escapar — dijo otra bruja.

La bruja que había conseguido la cena estaba mirando el árbol sin prestar demasiada atención a lo que las demás decían, y entonces las cortó:

—Realmente, este árbol es muy extraño, así como todo lo que lo rodea. Incluso a mí me impone un severo respeto. Estas formas de su tronco que parecen rostros desesperados me producen escalofríos. ¿Alguna de vosotras sabe qué es esta planta? Es obvio que no es un árbol normal.

—A saber —respondió una de ellas—. A mí no me importa demasiado, mientras me aliñe la cena inspirando terror a los niños que traemos delante de ello.

—Pero podría ser peligroso estar tan cerca del árbol. Deberíamos averiguar qué es exactamente. Tal vez aquí no estemos tan seguras como parece —dijo la bruja raptora. La otra contestó:

—¿Acaso ha pasado algo que te haga pensar que puede hacernos daño? Yo creo que manteniéndonos fuera del suelo mohoso que cobija es suficiente.

—Tal vez.

Tras dos días sin saber nada de su hijo, los padres de Andrei ya lo daban por muerto, aunque nunca tuvieron ninguna esperanza de que volviera. ¿Por qué motivo iban las brujas a dejarlo vivir en vez de devorar sus entrañas? Los niños eran para ellas comida, nada más. ¿Algún depredador libera a su presa una vez la ha capturado? No, claro. La devora. Eso es lo que hace un depredador. Poco a poco, la tristeza y la desesperación de los padres de Andrei fueron aumentando, pero también emergió otro sentimiento, mucho más doloroso e insidioso: el remordimiento por no haber intentado salvar a su hijo, la angustia de imaginarlo muriendo de una forma horrible mientras ellos se quedaban acobardados en la seguridad del pueblo. ¿Podría Dios perdonar el abandono del propio hijo ante una muerte cruel y dolorosa? Suponían que sí, porque Dios lo perdona todo. Pero, ¿los perdonaría su pequeño Andrei, dondequiera que estuviese tras haber muerto destripado y devorado en vida?

Pocos días después, un comerciante llegó a Oras. Era oriundo de un pueblo algo lejano, situado al sureste del bosque. La desaparición e indudable asesinato de Andrei aún eran tema de conversación, puesto que había miedo a que desapareciesen más niños. El comerciante comentó con algunos de sus clientes que su pueblo había sido acechado durante varios meses por un grupo de brujas, que bien podría ser el mismo grupo que se llevó al pequeño Andrei, puesto que los niños raptados de su pueblo también fueron llevados a regiune demonica. Esto alarmó enormemente a los aldeanos de Oras, sobre todo cuando el comerciante les explicó que la mayoría de niños desaparecían estando en casa. Este detalle hizo que el pueblo de Oras comprendiese que no era suficiente con mantener a los niños encerrados en casa, sino que era necesario, si querían salvar a sus pequeños, plantar cara a las brujas. Sin embargo, ¿qué podían hacer ellos contra las poderosas hechiceras? Muchos habían visto cómo, simplemente moviendo los brazos al aire, una bruja podía retorcer y romper los huesos de un hombre fuerte. Pronunciando unas pocas palabras en un idioma desconocido, provocaban fuertes vómitos que acababan acumulándose en la garganta y causando el ahogamiento del hechizado. También eran capaces de hundir sus afiladas y venenosas uñas en la carne, transmitiendo horribles enfermedades al herido. No, no se podía hacer frente a una bruja. Y menos a un grupo entero. Eso sólo conllevaría más muertes.

—Puede que haya una manera de matarlas —dijo una anciana, llamada Sorina, conocida en el pueblo por su conocimiento de las hierbas medicinales.

En cuanto pronunció esas palabras, todos los aldeanos callaron y se dispusieron a escucharla atentamente.

En un viejo libro sobre plantas, leí que el ajenjo produce una somnolencia extrema a las brujas. Nunca he comprobado que sea cierto, pero el autor es un reputado botánico y lo considero muy fiable. Suponiendo que esto sea verdad, si suministrásemos una gran cantidad de ajenjo a las brujas, entrarían en un profundo sueño, lo que ofrecería la oportunidad de acabar con ellas.

—Sí, claro. Pero, ¿cómo lo hacemos para que las brujas coman ajenjo? Esos monstruos son caníbales —recordó un campesino.

Sorina pensó durante unos segundos y entonces lanzó una propuesta:

—El ajenjo puede molerse y servirse diluido en agua. Como es lógico, no podemos esperar a que una bruja tome una taza de infusión de ajenjo que dejemos en algún sitio. Además, es necesario que todas las brujas lo tomen al mismo tiempo. Una sola bruja, usando sus artes oscuras, es bien capaz de escaparse, matando antes a varios hombres. Sin embargo... hay una manera…

Todo el pueblo de Oras estaba esperando la idea que Sorina tenía para poder abatir a las brujas.

—Cuando devoran niños, las brujas lo hacen con voracidad, como bestias salvajes. Si devorasen un niño que previamente hubiese ingerido gran cantidad de ajenjo, es posible que todas acabasen dormidas a los pocos minutos. Pero claro…esto requiere…que un niño debe ser usado como cebo.

Todos los aldeanos enmudecieron. La sola idea de utilizar un niño como sacrificio para salvar el poblado los llenaba de horror. Pero, no obstante...era inevitable que otro niño muriese. Y otro. Y otro. Y así hasta que las brujas decidiesen marcharse a otro sitio, donde volverían a matar niños. Teniendo en cuenta esto, la mejor opción posible (o, mejor dicho, la menos mala) era elegir un niño de Oras y sacrificarlo por todos los demás. Era lo más lógico y racional…pero implicaba mancharse las manos de sangre infantil. Por otro lado, ¿qué niño elegir?

Tras cinco interminables minutos de silencio y miradas entrecruzadas que expresaban horror e indecisión, alguien dijo:

—Hagámoslo. Puede morir un niño más o muchos más. Hay que hacerlo. Seleccionemos un niño al azar.

—¡Nadie ofrecerá mi hijo a esos monstruos caníbales! —se oyó gritar a alguien.

—¡Ni el mío! —gritó otra aldeana.

En ese momento, los gritos, los empujones y los golpes empezaron a marcar la tónica de la discusión. Todos sabían que había que sacrificar un niño, pero nadie estaba dispuesto a ofrecer el suyo. Las peleas fueron subiendo de intensidad y lo que empezó siendo una sucesión de empujones y golpes en los hombros dejó paso a fuertes agresiones y apaleamientos. La confusión, mezclada con el horror y la desesperación, causó una pelea multitudinaria que acabó con dientes rotos, dislocaciones, muchos morados, labios partidos, narices sangrando e incluso heridas por herramientas de cultivo. Cuando los adultos ya estaban exhaustos de tanto pelear, se dieron cuenta de que un grupo de niños los estaba observando en silencio, muchos de ellos sollozando.

Poco a poco, los adultos se fueron levantando y sentando, intentando relajarse. Comprendían que era inútil pelearse. Volvían a ser conscientes de la terrible amenaza que se cernía sobre todos los niños. Lentamente, todos fueron asumiendo que un niño debía ser sacrificado, y que lo más justo era someterlo a sorteo. Un niño al azar debía morir devorado por las brujas. De lo contrario, muchos de ellos (tal vez todos) tendrían el mismo final miserable.

A los dos días y tras largas reuniones se decidió el modo de proceder. Un aldeano cualquiera introduciría trozos de papiro con los nombres de los niños en un saco. Los escribiría Bogdan, un estudiante de teología que era el único aldeano que sabía leer y escribir. Todos los aldeanos estarían presentes durante la escritura de nombres y su introducción en el saco. Tras esto, otro aldeano movería el saco para que se mezclaran bien los trozos de papiro con los nombres y un tercer participante sacaría uno de los nombres. El niño cuyo nombre saliese sería la víctima del sacrificio para salvar el resto de niños. Cuando fuese elegido, los padres del desgraciado deberían retirarse y no participar más en el proceso. El niño sería llevado a casa de Sorina y se le haría beber muchos vasos de agua con ajenjo molido mientras se le ofrecían manjares salados que le provocasen sed. Se acordó no decirle nada al niño de lo que iba a suceder, porque se asustaría e intentaría huir, con lo que sería muy difícil hacerle beber el ajenjo. Lo más delicado vendría después. El niño sería atado a un árbol cerca del claro y para evitar que, presa del miedo y la confusión, revelase algo a las brujas, se le debía cortar la lengua. Evidentemente, las brujas se extrañarían al ver tal jugosa ofrenda, de modo que al lado del niño habría una nota dirigida a ellas:

“Este niño ha sido concebido por el pecado. Su existencia ofende a Dios. Tomadlo como alimento y, por favor, dejad vivos a los demás.”

Los aldeanos de Oras no esperaban que las brujas dejasen de matar. El motivo de esa nota era que, bajo la apariencia de una súplica desesperada, las hechiceras oscuras no sospechasen nada. En cuanto se llevasen el niño al claro varios aldeanos las seguirían a una distancia prudencial. Si eran sigilosos, podían hacerlo sin hacerse notar. Además, las brujas bajarían la guardia al penetrar en los alrededores del árbol, puesto que sabían que los aldeanos nunca cruzaban la frontera que separaba el bosque de regiune demonica. Cuando las brujas estuviesen totalmente dormidas, el grupo de aldeanos lanzaría todas las antorchas sobre ellas y esos engendros arderían mientras las despedazaban con sus herramientas agrícolas. El plan parecía plausible, sin embargo había algunas cosas que podían salir mal. Tal vez las brujas sospechasen de la ofrenda y la nota. Tal vez el ajenjo no era realmente un potente somnífero para las brujas. Tal vez el fuego no se extendiese demasiado por sus cuerpos antes de que despertasen. El plan no era perfecto. Pero no tenían otro y debían acabar con ellas. O, al menos, intentarlo.

Las brujas avistaron el niño a lo lejos. Vieron un bonito niño rubio atado a un árbol con la boca ensangrentada y emitiendo unos gritos ahogados, llorando y con el terror supurando por sus ojos. Una bruja leyó la nota y la enseñó riendo a sus compañeras.

—Nos llaman monstruos, pero ellos mutilan a un niño y lo echan ante sus depredadoras sólo porque ha nacido de un concubinato. Malditos hipócritas.

—Ciertamente, pero no hagamos ascos a esta ofrenda. Estoy hambrienta —dijo otra.

—¿Por qué le habrán cortado la lengua? —preguntó otra de ellas.

—Ni idea. Me da igual. Quiero comer. Aunque ya podrían haber dejado la lengua por aquí. Es una de las partes más deliciosas.

El niño lloraba implorando piedad con la mirada, pero las brujas lo cogieron y lo llevaron hasta el claro. Hicieron lo mismo que con Andrei: lo llevaron hasta el árbol en medio del claro para que el niño se aterrorizara y, consiguientemente, tuviese mejor sabor. Lo destriparon y devoraron todas sus entrañas. Cuando el festín ya estaba finalizando, una de las brujas estaba jugando con los dos ojos que había arrancado de la cara desfigurada del niño y, cuando se metió uno en la boca y empezó a masticarlo, cayó en un profundo sueño, sin haberse dado cuenta de que sus compañeras ya estaban vagando por el reino de Morfeo.

Los aldeanos que conformaban el grupo de unos cuarenta hombres que debía matar a las brujas las estaban observando a lo lejos, ocultos entre los árboles del bosque. Cuando les pareció que ya no se movían, empezaron a correr con sus antorchas encendidas hacia donde estaban. Sin embargo, su paso desaceleraba a medida que el árbol del claro se hacía más visible. Conforme los detalles de sus ramas y su tronco se hacían más claras, sobre todo las formas del tronco que parecían rostros imbuidos de sufrimiento, una turbación mental afectaba a los aldeanos y la ralentización de su marcha se volvió directamente proporcional al aumento de su miedo. Sin embargo, se obligaron a superar ese irracional temor, puesto que no sabían cuánto tiempo estarían las brujas durmiendo y no podían permitir que el cruel sacrificio del pequeño fuese en vano. El tremendo y horrible sufrimiento del niño al que habían mutilado y ofrecido a las brujas caníbales los impelía a no detenerse y llevar a cabo su cometido, de modo que ahogaron el terror que les despertaba el árbol y se acercaron a las brujas, que dormían profundamente justo delante de la tétrica planta sin haber entrado en sus circundantes dominios fúngicos. Tras ahogar sus gritos al contemplar el grotesco amasijo de carne y vísceras en el que las concubinas de las tinieblas habían convertido al inocente niño, todos los aldeanos lanzaron sus llameantes antorchas sobre las brujas. En cuestión de segundos, las treinta brujas se despertaron súbitamente y, con torpeza, se levantaron y empezaron a contorsionarse entre desesperados gritos de agonía. Daban pasos en todas direcciones, siendo atravesadas por las herramientas de cultivo que sus atacantes llevaron para rematarlas, pero algunas de ellas que aún no tenían todo su cuerpo cubierto en llamas enseguida comprendieron que estaban siendo atacadas a traición por ese numeroso grupo de campesinos. Cuatro hechiceras movieron de formas extrañas sus brazos, muñecas y dedos, soportando el dolor de las llamas sobre su piel y que ya penetraba en su carne, y varios aldeanos gritaron mientras sus huesos se dislocaban y partían. Otro notó cómo su lengua, movida por algún poder oscuro, se deslizaba hacia su garganta, impidiéndole respirar. Dos brujas consiguieron apagar el fuego que las consumía y emplearon todo su dominio de las artes negras en despedazar, sin siquiera tocarlos, a algunos campesinos que estaban empezando a cortar las cabezas de sus hermanas ya consumidas por las llamas, pero cuyos cuerpos aún palpitaban, aferrándose desesperadamente al mundo de los vivos. En medio de este atroz enfrentamiento, algunas de las brujas que se quemaban por completo retrocedieron hasta cruzar la frontera biológica entre el yermo del claro y el suelo mohoso que se encontraba bajo las ramas del árbol. Las llamas prendieron en el suelo fúngico y las extrañas criaturas, aberrantes mezclas de hongos e invertebrados, empezaron a moverse rápidamente, emitiendo agudos y desagradables silbidos. Las llamas llegaron hasta el árbol. Y, entonces, sucedió.

El árbol empezó a temblar intensamente y sus raíces emergieron violentamente del suelo, expulsando grandes cantidades de roca, tierra y moho. Su imponente tronco se inclinó hacia delante y empezó a caer, amenazando con aplastar a todos los que estaban peleando ante el árbol. Tanto aldeanos como brujas se apartaron rápidamente hacia los lados o hacia atrás, pero los que no tuvieron tiempo de salir de debajo del enorme árbol no murieron. Aún.

Cuando el tronco estaba a unos seis metros del suelo, su caída se detuvo bruscamente al haber quedado apoyado por decenas de ramificaciones que emergieron de los laterales de su tronco, se flexionaron como auténticas extremidades y se clavaron en el suelo. El tronco adoptó una posición muy similar a la de un ciempiés, puesto que su cuerpo era muy largo y las numerosas protuberancias que lo mantenían elevado parecían patas de miriápodo, pero con esa extraña textura de madera húmeda y viscosa. Acto seguido, el tronco perdió su rigidez y empezó a doblarse sinuosamente de forma parecida a un gusano. Tanto los aldeanos como las brujas dejaron de pelear y se quedaron atónitos ante aquel pavoroso espectáculo. Y, en medio de un silencio sepulcral, el horror definitivo se manifestó.

Las ramas de la copa del árbol, que ahora estaban donde estaría la cabeza del ciempiés, se empezaron a contraer y a flexionar, de modo que adoptaron una forma esférica, quedando en medio un enorme espacio circular, dentro del cual apareció un enorme ojo con numerosas venas lilas por toda la esclerótica y el iris totalmente rojo encerrando una pupila negra que se movía frenéticamente mirando a los presentes mientras su cuerpo se retorcía y desplazaba con suma velocidad, como un auténtico aunque colosal artrópodo. Tanto los hombres como las brujas enloquecieron ante esa desquiciante mirada y esa mole de madera viva y cayeron al suelo incapaces de sostenerse sobre sus piernas, que flojeaban por el terror. Ni siquiera las brujas, acostumbradas a convivir con las tinieblas, podían soportar la visión de aquel ser que rompía todos los esquemas lógicos y cuya sola visión provocaba un terror tan extremo que causó migrañas, vómitos y derrames cerebrales en varios aldeanos. El final de todos los congregados ante el árbol llegó cuando, sin siquiera darse cuenta, uno a uno fueron apresados por las descomunales raíces de la primigenia planta, que surgían de decenas de hoyos abiertos en el suelo y se movían con gran flexibilidad, como tentáculos de pulpo, pero cuya fuerza rompía los huesos y reventaba los órganos de todo aquel que fue apresado, aldeano o bruja. Para su desgracia, aún estaban vivos y conscientes cuando las raíces los llevaron hasta tres metros por encima del tronco y los dejaron caer dentro de las horrendas bocas que se abrían por la espalda del árbol miriapoide, cuyos afilados dientes de madera mohosa los trituraron antes de engullirlos hacia el interior del tronco, donde fueron digeridos.

Tan sólo una bruja logró huir, y acabó sus días vagando por los bosques, siempre alejada del claro, pronunciando extrañas palabras sobre lo que nunca debió ser despertado. No podía olvidar los relieves que se formaron en el tronco del árbol, mostrando los rostros desesperados de sus hermanas.

08-08-2023 11:12

Nuevos Mitos de Cthulhu 2 (sección de Biblioteca)
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25-08-2022 10:52

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