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Normalmente no servimos libros a Dunwich.
Entiéndelo, en teoría ahí solo viven catetos iletrados. Pero el viejo Whateley había pagado con creces el precio del libro y el transporte.
En teoría era un negocio redondo.
Nada más llegar la casa era un desastre. Reformas. Luego me atendió una albina loca y me insistió en que subiera a ayudarla a la planta de arriba. No sé lo que había allí, no pude verlo en la oscuridad, sólo sé que tenía que ser más grande que un caballo.
Menos mal que salté por la última ventana que quedaba sin clavetear...
Te juro que aquello era una mano. No tentáculos ni la mordida de un pez. Una mano que tiraba de mi hacia abajo alejándome del borde de la barca. Y estábamos en alta mar, no podía haber nadie buceando sin un barco que estuviera al alcance de nuestra vista.
No fue el hecho de caerme por la borda en sí, fue aquella maldita mano lo que me hizo dejar la marina mercante, irme a vivir a una ciudad en el desierto, y dedicarme a la carpintería.
He ahí mi aportación
irme a vivir a una ciudad en el desierto, y dedicarme a la carpintería.
-Yo fui carpintero en el desierto.
-Pero si en el desierto no hay madera.
-Claro, ya no.
Necronomicón 2.0
A veces tolero las ediciones piratas. Sobre todo reconozco su valor si se tratan de libros descatalogados, o de alguna de esas obras que no llegaron a editarse en mi país. Pero lo que no tolero es que un archivo en PDF, lleno de garabatos y firmado por un árabe loco, me susurre que mate a mi familia... que mate a mi familia... que mate a mi familia...
Partida de rol un sábado por la noche en el Centro Residencial Universitario de Miskatonic
—Pero, tío… mira la que hemos armado. ¿De dónde coño sacaste el texto de la invocación?
—Joder, macho. La copié de un libro que había en la biblioteca. Para una vez que me documento…
Ciudad en el desierto, véase Las vegas.
De hecho el relato se podría titular "El carpintero de Las Vegas"
Lo prometido es deuda, allá va. Son 298 palabras incluyendo título, no me salen más cortos .
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¡Ponte recto!
Eso es lo que siempre me está diciendo mi madre. "¡Estira la espalda!", "¡ponte erguido!". Parece que sólo me hable para corregirme la postura, como si no le importara otra cosa de mí. Sé que lo hace por mi bien, pero ya cansa. Si estoy cenando tan tranquilo o me ve leyendo algo, allá va con su látigo verbal. "¡Yergue esos hombros, ¿o pretendes que te salga chepa?!". Y cuando ya me tiene harto y no le hago caso, la infalible coletilla cruel: "¿Es que quieres acabar como tu padre?". Entonces me levanto y, por no discutir otra maldita vez, me voy de casa con un portazo sin prestar oídos a sus gritos y a sus vanas advertencias. Por mucho que amenace, sé que cuando regrese me recibirá llorosa y con los brazos abiertos, acobardada por el miedo a perderme definitivamente. Como a mi padre.
Hago bien en largarme en esas situaciones, porque noto que la rabia que se me acumula dentro me llevaría a cometer locuras. Es como si una parte primitiva tomara el control de mi mente; siento que pierdo los estribos y me da miedo lo que podría llegar a hacer. Para relajarme, vago por el paseo marítimo. Para mí es un bálsamo. La brisa marina y el sonido del oleaje me calman como el arrullo a un bebé. Y me quedo pensando. Pienso en cosas, en lo que me dice mi madre. En mi padre.
A veces, en los días claros, se ve el arrecife del espolón, más allá del extremo del puerto. Y entonces pienso aún más. Pienso en no volver a obedecerla, en no ponerme recto nunca más. En dejar que la deformidad siga su curso y arrojarme al mar. Y reunirme al fin con mi padre en el arrecife.
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Saludos,
Entro
Un vendedor con iniciativa
¿Innsmouth?, se preguntó a sí mismo Harry de La Fonte.
Seguro que a este poblacho aún no había llegado nadie de la competencia. Por el aspecto decrépito y anticuado de los edificios no parecía que aquella comunidad mantuviera un contacto fluido con el exterior.
Frotándose las manos bajó del coche y sacó el muestrario del maletero.
Hoy vendería muchas planchas, seguro que aquellos pueblerinos eran fáciles de engatusar.
Tenía la certeza de que cuando regresara a la central lo nombrarían vendedor del mes. Había encontrado un filón de clientes sin explotar.
Esa fue la última vez que se le vio con vida.
¿Me dáis permiso para hablar de los micros de Cthlhu en mi blog? Tan solo publicaría como ejemplo los relatos que he escrito yo (si alguien quiere que ponga alguno suyo que me lo diga) pero un máximo de 4 o 5 relatos para que la entrada no sea muy larga y para que no pierda la gracia la recopilación final.
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