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Relatos y poemas de Ricardo Meyer

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Rosenmaurer
26-10-2023 00:01 (editado 10-11-2023 03:35)

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Les Vieux Habitants, por Ricardo Meyer

"Para evitar que algunos lo etiqueten como blasfemia, he decidido explicar ciertas acciones y creencias, y dejar que Dios sea el juez de todos nosotros".

- François Honoré-Balfour, Cultes des Goules.

Habíamos acudido a una festividad en la remota cabaña de Diego Oberreuter, un amigo de estirpe afable, enclavada en las boscosas laderas de Ancud. Aquel evento congregaba a distintas familias cuyos lazos, aunque no sanguíneos, se afianzaban en estrechos vínculos sociales. La cabaña, una obra emprendida por el tío de Diego, se yergue majestuosa en medio de un vasto terreno montañoso que parecía perderse en la bruma, allende la civilización.

En las proximidades se cernía un oscuro bosque, cuyo reino sombrío resonaba con el lúgubre coro de ranas y el estridente graznido de aves carroñeras. La naturaleza en aquellos dominios parecía retorcerse bajo la sombra de una antigua malevolencia, una esencia sutil pero ominosa que se deslizaba entre las sombras y acechaba en cada rincón.

En el transcurso de la velada, el tío de Oberreuter, un hombre respetado por los lugareños gracias a su destacada habilidad como arquitecto y filántropo, compartió con nosotros un relato extraído de un panfleto que le obsequiara un evangelista de una Iglesia local. A pesar de la connotación de proselitismo que acompaña a tales escritos, el tío de Diego afirmó que aquella narración había cautivado su curiosidad y, por ello, decidió conservarla. La historia rezaba de la siguiente manera:

"En mi solitaria casa de campo, me obsesioné con reunir objetos relacionados con los gules y quemarlos. A pesar de haber invertido mucho en traerlos de Europa, decidí incinerar mi copia del Cultes des Goules. Sin embargo, me vi envuelto en actos oscuros y perturbadores que demostraron la realidad de los mitos del libro.

Mi humanidad se desvanecía cada día y me enfrentaba a una identidad monstruosa. La Noche de San Juan trajo visiones aterradoras. Decidí poner fin a mi vida, pero descubrí que la muerte solo traería una existencia eterna como un necrófago hambriento de almas.

La locura me había llevado a abrazar la muerte, pero ahora comprendía que mi alma estaba condenada a vagar eternamente en la perdición”.

Me sorprendía profundamente el hecho de que un relato de tal envergadura y misterio hubiera hallado su morada dentro de un panfleto evangelista. En aquellos escritos, uno suele toparse con historias cándidas y de escaso interés, como las aventuras de un tal Caleb y su hermana. Pero esta vez, el contenido era drásticamente diferente, resonando con una oscuridad impregnada de secretos insondables.

Mi intriga se intensificó aún más cuando el tío de Oberreuter, con una expresión sombría, reveló que aquel relato constituía, en realidad, una nota de suicidio que había sido encontrada junto al cadáver de Eladio Niklitschek. En todo el archipiélago, la prominente familia Niklitschek era ampliamente reconocida, detentando el monopolio comercial de toda la zona. Sin embargo, era desconocido para mí que Eladio, uno de los miembros destacados de esa estirpe, ocultara en su ser una fascinación por lo oculto y supersticiones prohibidas.

Aquel hecho me llevó a considerar con cautela la posibilidad de que tal vez se tratase de una artimaña o una manipulación mediática por parte de aquellos evangelistas, con el deseo de desprestigiar a la ilustre familia Niklitschek.

Alrededor de las tres de la mañana, cuando la oscuridad reinaba en su máxima intensidad y los demás huéspedes se sumían en un sueño profundo, Oberreuter y yo nos aventuramos fuera de la cabaña en busca de un rincón donde fumar en silencio. A medida que el humo se disipaba en la fría brisa nocturna, nuestras miradas se posaron sobre una extraña conmoción entre la hierba circundante. Aunque, en retrospectiva, podría parecer un mero acontecimiento trivial, nuestras mentes se vieron extrañamente fascinadas, atrapadas por algún sutil influjo de energía cósmica o una morbosa curiosidad que parecía arremolinarse en el aire. A nuestro regreso a la cabaña, buscamos refugio en la soledad de la cocina, buscando explicaciones para aquel fenómeno inusual. Era como si el universo mismo hubiera conspirado para despertar nuestro interés y llevarnos por sendas insólitas.

En medio de nuestra confusa conversación, un repentino golpe se hizo sentir en la ventana, estremeciendo la frágil tranquilidad que nos rodeaba. Al dirigir nuestras miradas hacia el origen del impacto, nos encontramos con el vacío, sin rastro de ninguna entidad visible. Sin embargo, la perturbadora escena alcanzaría su clímax en un instante sobrecogedor.

Una pequeña mano pálida y horrenda emergió del más allá, con sus largas uñas negras chocando con el cristal en un ritmo aterrador. Quedamos totalmente enmudecidos por la sorpresa y la consternación.

La desesperada curiosidad que nos dominaba nos llevó a tomar una decisión temeraria alrededor de las tres y media de la mañana: adentrarnos en la oscuridad con tan solo una linterna como compañera. Mi corazón latía desbocado en el pecho, una mezcla de ansiedad y excitación se apoderaba de mí, como si una fuerza innombrable me impulsara hacia lo desconocido. Nos dirigimos hacia las altas hierbas, que se alzaban cercanas al lecho del río. El lúgubre coro de las ranas, en todo su espeluznante esplendor, acrecentaba nuestros temores, pero también alimentaba una extraña atracción, como los tambores que avivan la valentía de un guerrero en medio del fragor de la batalla.

Entre las hierbas, nuestra búsqueda resultó infructuosa, pero al emprender el regreso, una presencia ominosa se reveló de manera grotesca. Una mano surgió súbitamente de entre las hierbas y nos saludó en un gesto burlón. Aterrados, quedamos paralizados, y desde lo profundo de la oscuridad, resonaron risas roncas y guturales que parecían burbujear desde las mismísimas entrañas del abismo. Aquella aparición maligna se alejaba con parsimonia, como si disfrutara de nuestra desazón y desamparo.

Corrimos frenéticamente hasta alcanzar la relativa seguridad de la cabaña. Mis manos temblorosas intentaron encender un cigarrillo, pero el terror se apoderaba de mí, así que Oberreuter tomó la iniciativa y lo prendió por mí. Observé a mi amigo, su semblante lucía extraño, como si una presencia invisible lo hubiese poseído; sus ojos dilatados destilaban determinación, esperando pacientemente a que yo acabara de fumar. Una vez que solo restaba la mitad del cigarrillo, Oberreuter lo arrojó al suelo y me tomó del brazo con firmeza. Comprendí sin necesidad de palabras, y esta vez, con un gesto, me indicó que cruzaríamos el lecho del río.

Guiados por una mezcla de temor y curiosidad, nos aventuramos a cruzar el lecho del río a saltos, buscando respuestas en la densidad del bosque de gigantescos árboles y negros arbustos. Un escalofrío recorrió mi espalda al imaginar las criaturas que se escondían en aquellos parajes remotos, donde los hombres, osados en sus profanaciones, pagaban condenas impensables y se sumían en la locura.

El bosque se desplegaba ante nosotros como un escenario maldito, testigo de antiguos rituales y secretos ignotos. Mi corazón latía con violencia, presagiando el abismo de lo desconocido hacia el cual nos adentrábamos. Entre el enmarañado follaje, vislumbramos una perturbadora escena: sátiros horripilantes, de ojos lívidos y altos, danzaban en círculos mientras tocaban unas flautas infernales. En el centro del círculo se alzaba una espantosa estatua de madera, representando a un sátiro aún más espeluznante, con ojos de gemas negras y una mandíbula abierta grotescamente.

Un anciano de ojos amarillos, portando una siniestra hoz en su mano izquierda, entonaba un canto desconocido y oscuro. La escena alcanzó su clímax cuando una joven desgarrada y herida fue presentada como ofrenda. Sufría, sollozando y suplicando, mientras el anciano la arrojaba con brutalidad sobre una piedra ceremonial frente a la estatua, y con la hoz en mano, clavaba la cuchilla en la mandíbula de la desdichada muchacha.

El canto infernal del anciano y los sátiros retumbaba en mis oídos como un eco atroz, cargado de una maligna energía que me aterraba hasta lo más profundo del ser. De repente, un ser grotesco y deformado emergió de las sombras. Su cabeza, terriblemente deformada, yacía doblada hacia atrás en una grotesca y macabra contorsión, sus facciones arruinadas y retorcidas por una maligna fuerza. Sus brazos y dedos se contorsionaban de manera antinatural, y su nariz, boca y orejas adquirían formas que evocaban una abyecta blasfemia contra la humanidad.

Sus movimientos eran erráticos y desquiciados, alternando entre una única pierna y tres pies, las extremidades restantes perversamente adheridas a su cuello o nuca en un espectáculo dantesco. Cada paso que daba resonaba con un susurro inquietante y una malevolencia que parecía provenir de las profundidades más australes y sordidas.

La piel de aquella criatura estaba cubierta de tumores y protuberancias grotescas, dando la impresión de ser una entidad que había sido despojada de la forma humana y arrojada a un pozo de la degradación desplegando su espeluznante figura hacia nosotros. Atacó a Oberreuter sin piedad, arañándolo con ferocidad y profiriendo aullidos guturales.

Aterrado y presa del pánico, cometí el acto más vil y cobarde: abandoné a mi amigo en su hora más oscura. Corrí sin mirar atrás, sintiéndome culpable y apesadumbrado por mi cobardía. Los sátiros y el anciano se aproximaban mientras sus grotescas figuras se dibujaban en el umbral de mi visión.

Las ranas croaban con furia en el lecho del río, marcando el camino de regreso hacia la cabaña. El terror me impulsó a seguir adelante, pero el grito angustiado y doloroso de Oberreuter resonó en mis oídos, atormentándome como un eco de culpa y desesperación.

Finalmente, alcancé la cabaña, con mi alma sumida en desasosiego y tristeza. Me refugié en la habitación, ocultándome del horror que acechaba en las afueras. Mi mente era un torbellino de confusión, cuestionando por la cobardía de mi decisión que condenó a mi amigo a una muerte atroz.

Hoy, en medio de mis reflexiones, me encuentro atrapado por la implacable condena de la sociedad, acusado de un crimen que mi conciencia juraría que no cometí. Ni un solo testigo mortal vio más allá de las sombras etéreas y las estrellas mudas de aquella noche fatídica, testigos silentes de mi inocencia. Ahora, en retrospección, este tormento parece liberarme de una culpa arraigada en mi sangre, donde finalmente purgo mis pecados y vestigios de aquella noche infausta.

Es un pensamiento espeluznante que la humanidad, envuelta en su ignorancia y arrogancia, deambule por la tierra sin apreciar las criaturas insondables acechando en los rincones más oscuros del mundo. Ignoramos los secretos custodiados por los antiguos bosques, lugares sagrados y misteriosos que, en su profanación, liberarán seres ancestrales que aguardan en las sombras de estos cementerios naturales.

Cada árbol talado y cada rincón despojado de su misterio desencadena la furia de fuerzas más allá de nuestra comprensión, despierta seres primordiales que han yacido ocultos durante eones, guardianes de secretos cósmicos y defensores de un orden ancestral que la humanidad ha olvidado.

Los bosques, en otro tiempo refugio de espíritus antiguos y criaturas ocultas, son ahora testigos de una implacable profanación, donde la codicia humana desoye las advertencias susurradas en sus profundidades. Aquellos seres que esperan en la penumbra, observando con ojos inmemoriales desde sus criptas herbales, aguardan el momento propicio para emerger y recordarnos nuestra pequeñez en este vasto mundo.

En la penumbra de estos bosques ultrajados emergen seres de pesadilla, criaturas deformes y terribles que han subsistido desde tiempos inmemoriales, custodios de secretos arcanos que la humanidad ha relegado al olvido en aras de su propia supervivencia.

El tiempo, inmutable, sigue su curso, mientras que el hombre persigue incansablemente el dominio y el poder. En silencio, los hijos de Pan aguardan, listos para restaurar el equilibrio natural y recordarnos que no somos los amos indiscutibles de este mundo.

La ignorancia y la profanación nos exponen a fuerzas que escapan a nuestro entendimiento, y el resultado será el despertar de horrores ancestrales acechando en la oscuridad de los bosques y en las profundidades remotas del tiempo. La ignorancia se equilibra con el momento de la revelación, y solo el futuro dictará si la humanidad está preparada para enfrentar las consecuencias de su propia insensatez.

FIN

Borrador original del 2013: "Demonios del Sur"

Rosenmaurer
27-10-2023 21:04

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¡Yo os invoco, gran Entropía!
↕ 1 día ↕

ÇATALHÖYÜK

por Ricardo Meyer

El amor que por vos siento,

Es una aberración proveniente,

De los abismos más oscuros,

Un hijo bastardo de Narciso y la Santa Virgen.

No entiendes los misterios del Satán, ni de Serapis,

Esa inocencia altiva y disonante, me somete a tu culto,

Y es ahí donde descubro el misticismo de tu belleza eleusina,

Y tus cuervos, dispersos, me hacen adorarte a los pies de mi propio calvario.

Mis ojos son la vita carnis de Lumiel,

Y se adhieren como gusanos al opio y a la absenta,

Y aún con todo eso, no me provocan lo que tú,

Ya que al solo palpar tu boca y ungirme en ti, ¡O, diosa y amante!

Tu ponzoña corroe las plagas de mis recovecos abisales,

Esos planos oscuros que solo tu logras humedecer.

Pierdo lo que los profanos llaman hombría,

Me hundo en una desesperación menguante,

Y las rameras de Anatolia, con sus voluptuosos muslos,

Ya no me brindan satisfacción, ni deleite luego de haberme bautizado,

Con el secreto primigenio que escondes de los profanos en nuestro Edén.

Te amo y esa es mi transgresión más noble,

Soy un forastero en tu santo cuerpo,

La conjunción de los cuerpos celestes no es tan majestuosa,

Como el secreto de nuestra pasión, ominosa y prohibida.

Abadesa Santísima y Triformis, dueña de mi Voluntad

Bésame con tu indulgencia y falsedad,

Tan típica de las diosas como tú, que el tiempo aniquiló,

Y tan diferente a los de Él.

Rosenmaurer
28-10-2023 13:49 (editado 29-10-2023 04:17)

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↕ 16 horas ↕

Los Viejos Creyentes, por Ricardo Meyer

“Me besas, te besó Dios. Tú te acuestas conmigo, tú te acuestas con él”.

- Grigori Rasputin.

I

En un día común y corriente en las lejanas y desoladas extensiones de la región de Magallanes, en la República de Chile, José Ramón Krause experimentó una profunda inquietud. Este erudito se encontraba inmerso en investigaciones de naturaleza personal en medio de un entorno hostil, rodeado de inmigrantes croatas. Krause se esforzaba por mantener un perfil bajo, consciente de su notoriedad debido a sus excentricidades y su devoción por las artes ocultas. Sin embargo, el hombre tenía serias dudas de que entre la variopinta multitud que lo rodeaba hubiera alguien capaz de adentrarse en los misterios de lo oculto. Pero, en su escepticismo, estaba gravemente equivocado.

Decidido a aplacar el gélido abrazo del clima magallánico, José Ramón Krause buscó refugio en una taberna local con la esperanza de encontrar los licorosos brebajes de hierbas que su difunta abuela solía destilar en las tierras de Frutillar. La carestía de opciones lo sorprendió, pues allí solo ofrecían cerveza barata y fernet, sin rastro de ningún licor de mayor fortaleza, ni siquiera una botella de vodka para calentar su alma teutónica. La extraña indumentaria de los presentes, caracterizada por la vestimenta gaucha, revelaba vínculos con las costumbres argentinas que habían sido asimiladas y sincretizadas en esta remota región. Su llegada, ataviado en un oscuro abrigo y su figura esquelética, no pasó desapercibida y suscitó cierta inquietud entre los parroquianos, aunque no llegó a niveles alarmantes. Un comentario humorístico, cargado de un humor de frontera, brotó entre los presentes: "¡Y pensar que creíamos que no había nadie más aterrador que el viejo Ivo!". Este enigmático apelativo, junto con el eco de la raíz croata en el nombre, capturó la atención de Krause. Intrigado, inquirió sobre este enigmático "Ivo" entre los nativos magallánicos, empleando el soborno de generosas rondas de fernet para desentrañar el misterio que se cernía sobre él.

El misterioso anciano, conocido como el viejo Ivo, había llegado a estas tierras remotas desde Yugoslavia hacía ya demasiado tiempo, una data que se volvía cada vez más imprecisa a medida que se retrocedía. Nadie podía afirmar con certeza si tenía familia o parientes en la región, y su presencia siempre se había mantenido rodeada de sombras. Los nativos, fieles a la fe católica, evitaban la capilla local debido a su presencia inquietante y los ritos inescrutables que él llevaba a cabo en el lugar. Esta capilla, una vez bendecida por misioneros jesuitas, había quedado prácticamente abandonada, relegada al ostracismo por el temor que infundía.

El enigma del viejo Ivo se acentuaba con su trasfondo religioso: además de profesar la fe cristiana ortodoxa, su comportamiento adquiría una perturbadora singularidad. En un siniestro sincretismo, mezclaba sus creencias ortodoxas con prácticas oscuras, supuestamente aprendidas en las inhóspitas tierras de Siberia. Las sombrías revelaciones que Krause recogía durante sus investigaciones comenzaban a tejer una telaraña de conexiones en su mente. Las elucubraciones lo condujeron a la inquietante noción de que el enigmático Ivo podría guardar algún vínculo con el croata que, en tiempos lejanos, arribó a la Patagonia portando una copia manuscrita del Occulta Cogitatonium Liber. Junto con el difunto colono alemán Mikhael Meyer, estos individuos fueron los pioneros en introducir las antiguas tradiciones de brujería europea y los Aquelarres a estas tierras apartadas. Sin embargo, el perturbador paralelismo residía en el hecho de que Mikhael Meyer también trajera consigo una copia del infausto Unaussprechlichen Kulten del aclamado ocultista Friedrich Wilhelm von Junzt.

Krause logró desentrañar la ubicación de la morada del enigmático Ivo con una facilidad que lo desconcertó, y para su asombro, no se encontraba en algún rincón perdido o aislado de la población. De hecho, estaba ubicada a una distancia sorprendentemente cercana al centro del pueblo. La cabaña, al acercarse, aparentaba estar en un estado de conservación aparentemente óptimo, a excepción de un fenómeno inexplicable. Un frío sobrenatural y un desagradable olor a azufre se desprendían del lugar. A pesar de la inquietante sensación que esto le provocaba, Krause optó por relegar estos detalles perturbadores al reino de su propia psique, atribuyéndolos a su propia susceptibilidad sensorial, la misma que había sido trastornada por sus años como cultista y miembro de la Orden y Proceso de la Estrella Plateada.

Frente a la rupestre puerta de la cabaña, esta se abrió sin previo aviso, revelando la figura espeluznante del mismo Ivo. Su piel pálida y demacrada, acentuada por una curiosa joroba, producía una imagen que helaba la sangre. Ivo, con voz fría y monótona, declaró que había estado esperando a Krause y le instó a entrar sin demora.

El interior de la cabaña era un espectáculo dantesco, un caos oscuro que desafió toda lógica y razón. Manchas y fluidos extraños, que bien podrían ser sangre, se esparcían por las paredes y el suelo. Flagelantes y otros instrumentos de tortura y sufrimiento yacían esparcidos, como reliquias de un culto macabro. Una estantería destartalada sostenía tomos esotéricos que emanaban una presencia maligna, entre los cuales, Krause distinguió con horror el ominoso Occulta Cogitatonium Liber. Sus temores se confirmaban, el enigmático Ivo era, sin lugar a duda, el legendario brujo croata que había inscrito las siniestras prácticas de los jlystý en la Región de Magallanes. Krause no experimentaba el rechazo que uno esperaría al enfrentarse a la grotesca escenografía de la cabaña ni al misterioso Ivo en sí. En lugar de ello, su mente se veía invadida por una mezcla retorcida de interés morboso y una obscena curiosidad. Atravesó el umbral sin titubear, adentrándose en la oscuridad de la morada del brujo. Juntos, se sentaron frente a una tosca fogata alimentada por una rudimentaria estufa siberiana y entablaron una conversación que se prolongó durante largas horas.

Durante el desarrollo de la conversación, Krause se empapó aún más de los secretos de los jlystý y, asimismo, de la figura de Rasputín, uno de los miembros más prominentes del culto y, en cierta medida, quien lo reveló a los profanos. Ivo se sintió cómodo en la presencia de Krause, y esta comodidad era recíproca, a pesar de la aversión latente que el alemán albergaba hacia los croatas, una rivalidad arraigada entre los colonos germanos y este y otros grupos.

Antes de despedirse, el viejo Ivo le obsequió a Krause un manuscrito en un humilde cuaderno de dibujo, cuyas páginas mostraban señales de un largo abandono y un uso agreste. Krause aceptó el presente con una mezcla de expectación y temor, antes de abandonar la cabaña y emprender el regreso a su alojamiento en el hostal del pueblo. No obstante, en el instante en que dejó atrás la morada de Ivo, sintió cómo los fríos vientos, similares a los que había experimentado en sus más íntimos sueños con Ithaqua, lo seguían con su abrazo de sombras, persiguiéndolo en la más absoluta oscuridad.

Al llegar al hostal, Krause se dirigió directamente a su cuarto y se dispuso a ver el misterioso cuaderno que le había obsequiado Ivo. Las páginas del mismo albergaban dibujos de naturaleza retorcida, cuya simplicidad podría ser comparada con los trazos de un niño de seis años. Sin embargo, dadas las circunstancias y la naturaleza de Ivo, recordó el caso de Aleister Crowley, cuyos dibujos y pinturas habían sido una ventana a una mente depravada y caótica.

Entre los garabatos y símbolos ininteligibles del cuaderno de dibujo, Krause comenzó a descifrar algunos términos y frases. Aunque la mayoría del texto estaba en cirílico, algunas palabras lograron traspasar el yugo de su obsesión.

Distinguía referencias a deidades que le resultaban algo extrañas. "Yarilo", un dios solar eslavopagano, se insinuaba en las páginas, pero su representación en este contexto se tornaba ominosa. "Rusalka", una criatura de los mitos eslavos estaba vinculada a los profundos de las aguas y a los espíritus vengativos, lo cual le recordó al Padre Dagón. Por último,"Sadoqua", un nombre que parecía surgir de los abismos mismos del tiempo el cual no resonaba en ninguna tradición conocida por la mente de Krause durante la vigilia.

Sin embargo, lo que más lo perturbó fue la variante inquietante de la deidad tutelar de la familia Krause, que figuraba en el cuaderno como "Yok-So-tot". Era como si su árbol genealógico se entrelazara con las pesadillas de otro mundo, un eco de una antigüedad insondable. Las palabras circundaban estos nombres, formando letanías y conjuros que se deslizaban entre las sombras de la mente obsesiva y perturbada de Krause como serpientes de humo. Una frase, escrita en español, llamó su atención:

"Cuanto más grandes sean los pecados más le satisface a Dios perdonarlos"

Cuando finalmente dejó el cuaderno a un lado, la fatiga comenzó a envolverlo, como una capa de niebla densa que precedía sus viajes oníricos. Cerró los ojos y se entregó al beso de Hipnos, su antiguo confidente y amigo, preparado para adentrarse en los abismos de sus propios sueños y enfrentar lo que estos le podrían esclarecer y que, claramente, en la vigilia le sería imposible.

II

Mientras deambulaba por Celephaïs, Krause sintió la necesidad de compartir su inquietante experiencia con Kuranes, a quien recurría por su inusual conocimiento y conexión con los Antiguos Misterios. La respuesta de Kuranes, típicamente reflexiva y llena de sabiduría, lo tomó por sorpresa. El mencionó que involucrarse más profundamente en los asuntos relacionados con Ivo podría atraer la atención del Caos Reptante. Además, le recordó a Krause los votos que había hecho en relación con Yog-Sothoth, el Todo en Uno y el Uno en Todo, así como al Señor de las Puertas entre los Mundos.

Los recuerdos de los rituales que Krause solía realizar en Cornwall lo invadieron de repente. Intentó revivirlos, pero algo le impedía lograrlo. La advertencia de Kuranes resonaba en su mente, y no tanto por temor a romper sus votos, sino por el recuerdo de la familia Meyer. Los Meyer, quienes habían introducido el culto a Yog-Sothoth al sur de Chile en las Tierras de la Vigilia eran una fuente de temor constante. Se había enterado de que Bertoldo Meyer, además de sus oscuros vínculos con el nazismo y las reuniones clandestinas de simpatizantes del régimen durante la Segunda Guerra Mundial, había empleado hechizos del Necronomicón, como el Aklo Sabaoth, para castigar a quienes osaron romper sus votos o desafiar la influencia de La Llave y la Puerta.

Después de su conversación con Kuranes, Krause se encaminó hacia Ulthar, pero notó un comportamiento inusual por parte de los habitantes. Evitaban su mirada y se alejaban de él como si fuera portador de alguna maligna influencia. Un anciano sabio le confió que una oscura esencia, relacionada con los tiempos del eclipse que marcó el pueblo en la época de Barzai el sabio, lo estaba siguiendo. Esta revelación lo llenó de un terror abrumador, ya que conocía la historia de Ulthar y su conexión con los dioses exteriores que custodiaban a los dioses débiles de la tierra.

El terror que lo invadió en ese momento lo empujó al límite de lo soportable. Finalmente, en medio de la noche, despertó sobresaltado. Pero antes de recuperar la conciencia por completo, tuvo un último y espantoso vislumbre en su sueño. Se volteó y, en las sombras que lo rodeaban, pudo distinguir la figura difusa y abominable de una presencia primigenia y ominosa. La mera contemplación de esta entidad indescriptible le llenó de un miedo que solo los seres de pesadilla podían inspirar. Para finalmente escuchar el eco de un susurro que terminó por sentenciar su temor: “Yr Nhhgr”.

Aunque en parte se sintió aliviado al despertar y darse cuenta de que su encuentro con la figura abominable había sido aparentemente un sueño, su conocimiento en las artes ocultas y oníricas le decía que las fronteras entre la realidad y los reinos de pesadilla podían ser tenues y traicioneras. Se esforzó por calmarse en su lecho, pero la paz le fue arrebatada de inmediato cuando, a los pies de su cama, encontró a la misma figura sombría que había vislumbrado en su pesadilla, solo que esta vez, la presencia era más perturbadora y real que nunca.

El hombre alto, de barba larga y vestido en tonos negros, estaba erguido con una majestuosidad ominosa. Krause, esforzándose por mantener la calma, comenzó a recitar letanías en su mente, intentando invocar la protección de los oscuros poderes a los que se había aferrado en sus exploraciones de lo desconocido. Sin embargo, antes de que pudiera articular una palabra, la figura del Oscuro rompió el silencio y respondió con una amenaza que hizo que el corazón de Krause se hundiera en la insondable oscuridad:

“Retírate de estas tierras y jamás te atrevas a entrometerte en los asuntos de los Viejos Creyentes ni de la Gente de Dios. Si vuelvo a presenciar la profanación de la sagrada esencia de cualquiera de los nuestros por tus supersticiones y delirios, te advierto solemnemente, jurando por el mismísimo Yok-So-tot, que velaré personalmente por que tu estirpe sea erradicada del Libro de la Vida”.

El Oscuro se desvaneció en ese mismo instante, dejando a Krause en un estado de inquietud y confusión. Sin embargo, cuando Krause partió de las tierras de Magallanes al día siguiente, lo hizo con una extraña sensación de tranquilidad. Sabía, en lo más profundo de su mente racional, que mientras no regresara a estos lugares con la intención de desenterrar y restaurar los misterios y enigmas de Chorazos, no enfrentaría ningún peligro.

A medida que se aproximaba al archipiélago de Chiloé, una última visión lo dejó pasmado. Cuando volvió la vista atrás, divisó al Oscuro, que lo observaba con un tono amenazante, pero al mismo tiempo sagrado. Un resplandor numinoso y divino emanaba de su figura, como si estuviera ungido por un espíritu santo de los proscritos, quizás más sagrado que el mismísimo Cristo, si es que no era uno de los múltiples Cristos que habían existido en la vastedad de los misterios. Este resplandor sagrado provocó en Krause una sensación de devoción innata, y en su corazón, pudo intuir que las esencias de los Viejos Creyentes y las tradiciones de la mítica Siberia aún persistían, incluso en estos rincones más recónditos y oscuros de la tierra.

FIN

Rosenmaurer
30-10-2023 01:48

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Réquiem, por Ricardo Meyer (poema)

Si la muerte, flor benedicta, que tan cerca siento,

llegase a tocar mi alma, tal cual Sueño,

a Tánatos miraré y con mi pulso impío proclamaré:

"¡No hay causa justa como tal ante la iniquidad del Kháos!"

En el Hades, antaño mi Maestro esperará con su ponzoña,

Caronte me advertirá, pues he sido un proscrito digno,

Lo que pasó en Babilonia, no me carcomerá, incluso siento,

Que hasta ver al Tártaro me brindará paz.

Junto con Nerón y Tántalo nos sumergiremos,

en el fuego del Gehena y de nuestras transgresiones,

por eones, estaremos bañados del esperma de la vida,

de Aquel que corrompió nuestro ministerio.

Y cuando llegue el momento en el que la Muerte encuentre su fin,

Impasible estaré, totalmente corrompido por el veneno de la indulgencia,

Y si por designio de las Moiras termino en otro lado,

No me arrepiento de mi blasfemia ni de ningún pecado.

Rosenmaurer
30-10-2023 04:05

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"PIG", por Ricardo Meyer

"Tú, que incluso al leproso y a los parias más bajos

Sólo por amor muestras el gusto del Edén,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!".

- Baudelaire.

En los pliegues oscuros de mi linaje, no hallaréis rastro alguno de las añejas costumbres que aquejan a las gentes rurales. Desciendo, por así decirlo, de aquellos colonos que, en su afán por hallar una nueva patria, sellaron un juramento inquebrantable con estas tierras. Mas en este rincón austral de Chile, hallábase una horda de individuos cuyos usos y tradiciones me resultaban execrables y brutales. Un cruel cóctel de sangre mestiza, producto de la fusión con los nativos, engendró una ralea de ignorantes dedicados a deleitarse en placeres efímeros, como el néctar ardiente del alcohol y el pecado seductor de las calles sombrías.

Así pues, en estas festividades patrias, es ineludible observar cómo estas conductas viciosas se multiplican, especialmente en la vastedad del campo. La matanza de animales para los asados es una práctica común en estos tiempos, al igual que la embriaguez desenfrenada. No obstante, mi familia, abrazando la moral y la decencia, se mantiene impoluta en medio de la decadencia circundante. Mis vecinos, en cambio, verdaderos parias de la civilización, llevaban ya dos días consecutivos sumidos en una borrachera interminable y una orgía de depravación sin igual.

De súbito, a uno de los más obtusos entre ellos, en medio de aquella bacanal de alcohol, le surgió la idea perversa de iniciar un juego macabro: "quién mataba primero al chancho". Así dio comienzo una escena dantesca y abominable; en lugar de abordar la tarea con la destreza de un campesino sensato, aquellos hombres se dedicaron a jugar con el pobre animal, propinándole crueles golpes de martillo mientras se tambaleaban en su embriaguez, tan solo para determinar quién lo apagaría primero. Los aullidos desgarradores del cerdo me oprimían el alma, un tormento insoportable que provocaba en mí un dolor profundo. Era una práctica completamente aberrante, ajena a toda razón y humanidad.

Pasaron casi veinte minutos agonizantes, y el angustioso ulular del cerdo persistía en el aire. Afortunadamente, no tuve que presenciar la escena, aunque no podía escapar de los desgarradores sonidos que llenaban mi habitación. La impotencia me carcomía, y en ese instante, me vi forzado a recurrir a una práctica cuestionable, una que había jurado no volver a utilizar desde los tiempos de mis ancestros en Baviera, aunque en estos días ya no se considerara ilegal.

Saqué el libro, que mantenía cuidadosamente guardado en una vieja caja archivadora. Me había prometido a mí mismo no retomar esas artes oscuras, pero sentí que no tenía otra opción. Realicé el encantamiento siguiendo las indicaciones del libro, empleando anís, frankincense y un trozo de carne de cerdo que encontré en el refrigerador. Luego, lo despaché en el cruce de caminos cercano a la residencia de mis vecinos ebrios, tal como prescribía el antiguo tomo.

El día había transcurrido aparentemente normal después de aquel horrendo acto que presencié. Finalmente, lograron poner fin a la vida del cerdo, y yo, exhausto por la angustia, conseguí descansar en una breve siesta reparadora.

Sin embargo, cuando desperté a las nueve de la noche, tuve que simular un sobresalto repentino, aunque ya conocía el macabro desenlace. El patriarca de mis vecinos, el execrable viejo Mansilla, se había arrebatado la vida con un revólver, y antes de cometer tal acto atroz, había disparado contra su primogénito. Por fortuna, el hijo menor logró escapar ileso y, al contar su espeluznante relato a las autoridades, proclamó: "¡Mi padre vio al cerdo, vio al hombre con cabeza de cerdo!".

Rosenmaurer
31-10-2023 10:55

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El sembrador, por Ricardo Meyer (poema)

El sembrador, que no es otro que el Gran Dios Pan,

Esparce sus semillas de vid por los campos de las vírgenes,

De ellas brotan los frutos del placer y el goce de los marchitados,

Dioniso, se impacienta por poder beber de la leche y la sangre,

Y mientras el huerto de las jovencitas sigue madurando,

La noticia de la orgía se esparce por toda la península.

Congregando a las dríades, brujas y harpías,

Para fornicar con los sátiros y los malditos,

En una festividad única cuyo objetivo,

Es purificar lo que siempre estuvo corrompido,

Que las mentiras de Roma no llegan a mi corazón profano,

Pues a mí no me amantó Capitolina, sino una mujer libertina,

Inauguro la cosecha del dios besando a una puta,

Y alcanzo un orgasmo apoteósico que nunca tuve ni volveré a tener.

Cuando Eosforo se anuncia, las ninfas abandonan el lecho,

En el cual follamos sin distinguir a los pares,

Dejando un pozo de humedad, recuerdo de nuestro deleite,

Me hundo en él, lo palpo con mis estigmas y lo huelo,

Para finalmente, ungirlo en mis ojos, para así ser mi propio Cristo,

Dioniso se encuentra totalmente defenestrado,

Mas para él no es un martirio, sino un gusto,

Lo miro con los ojos de un príncipe bohemio,

Y me susurra al oído con su voz tan dulce:

“La siguiente será Babilonia”.

Rosenmaurer
31-10-2023 11:01

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Los Heraldos de la Penitencia, por Ricardo Meyer

"Y sólo pido no pedirte nada,

estar aquí, junto a tu imagen muerta,

ir aprendiendo que el dolor es sólo

la llave santa de tu santa puerta".

En las más tenebrosas profundidades de Andalucía, donde el aire se torna espeso y los susurros se adhieren como garras en la noche, se despliega un paisaje infernal que da voz a relatos de terror. Los murmullos, envueltos en un aura de tinieblas y depravación, tejen la siniestra historia de un culto ancestral que se arrastra desde los tiempos remotos del Al-Andalus. Este execrable culto, referido en los textos más antiguos como “Los Erealdos de la Penitensia”, se alza como un puente entre la corrupción y lo mundano, envuelto en un manto lúgubre que exhibe cicatrices como trofeos de un honor macabro.

La leyenda, tejida entre los hilos de la condenación, desvela que estos cultistas, adoradores del dolor, se congregan en la clandestinidad, como almas malditas, para proteger y difundir un evangelio blasfemo. Sus palabras impías proclaman que solo a través de la sumisión a un sufrimiento desgarrador se alcanza una apoteosis maldita y se fusiona con el absoluto: el Baffometo, una deidad oculta y retorcida custodiada por los gitanos y moros de la peor estirpe, en los corazones mismos de los hijos de la abominación.

Las enseñanzas oscuras del evangelio de la penitencia desvelan una verdad desconcertante: las religiones mismas son un cruel bulo, una creación corrupta forjada por el orgullo, el odio y la ambición de fariseos hipócritas. Niegan que algún hijo divino se comunique a través de impostores y dogmas sin valor. Solo ellos, los hijos de la abominación, atesoran el conocimiento prohibido que descorre un velo hacia dominios más allá del que se oculta tras el muro, permitiendo la comunión con los siete cielos de lo profano.

La doctrina del dolor, revelada por el desdichado Apóstol Hasim ibn Qādis, describe tormentos inenarrables que flagelaron al autor del Kitab Al-Azif durante su vida. A través de un sufrimiento incesante, accedió a planos abismales de conciencia, fusionándose con los nombres prohibidos de Allah. Estas enseñanzas heréticas, una amalgama tenebrosa que entrelaza el cristianismo ibérico, el sabateísmo y los senderos oscuros del sufismo, se propagaron como una plaga en la península Ibérica bajo la macabra tutela de Hasim el torturado.

En el presente, Los Heraldos acechan en las sombras, ocultos tras máscaras de normalidad. Se disfrazan como guardianes, protegiendo un oscuro secreto que yace enterrado en pasajes olvidados de historias del Templo de Salomón, descubierto por los mismos templarios en épocas gloriosas. Sin embargo, su aparente protección a la comunidad de Cádiz no es más que un velo siniestro, impuesto mediante métodos perversos y cuestionables.

Bajo la apariencia de festividades inocentes, los carnavales, se oculta un rito inquietante y demoníaco. Durante estas ceremonias aterradoras, la esencia vital de los andaluces, la quintaesencia misma de la vida es extraída en un macabro festín para alimentar las profundidades de la maldad. Los Heraldos, en su despiadada sed de poder y dominación, han perfeccionado un arte oscuro que desgarra los velos de la existencia y desencadena un frenesí impío.

En los pasajes secretos del submundo, debajo de las calles empedradas de Cádiz, se erigen cámaras abismales, saturadas de tinieblas y podredumbre. En el corazón de estas cámaras, una hueste de Heraldos se reúne, sus rostros ocultos tras máscaras grotescas que reflejan la desfiguración de sus almas retorcidas. Con herramientas ennegrecidas por siglos de práctica nefasta, perforan el tejido de la realidad y extraen la vitalidad humana, el mítico aqua vitae, con una precisión cruel usando un infalible método herencia del alquimista Geber.

Gritos agonizantes resuenan en el aire enrarecido mientras los cuerpos de los incautos andaluces, atrapados en una danza de horror, son despojados de su esencia vital. Sus almas, ahora vacías y desgarradas, son ofrecidas como tributo en el abismo devorador. Allí, en las profundidades más oscuras, una entidad primordial, una abominación que ansía alimentarse de la pureza corrompida, espera con sus siete bocas para devorar las esencias robadas.

El éxtasis perverso se apodera de los Heraldos mientras se regodean en la energía vital que fluye en sus manos manchadas de almas inocentes. Las fuerzas de lo profano se agitan y los rituales de penitencia y tormento se intensifican. Látigos crujientes y afilados instrumentos de tortura se convierten en sus herramientas, mientras las víctimas, son sometidas a un sufrimiento inimaginable. Los gritos de angustia se entrelazan con las risas malignas de aquellos que se deleitan en la desesperación ajena.

El festín de la maldad alcanza su punto culminante cuando las esencias vitales, teñidas de una oscuridad indescriptible, son vertidas en las profundidades del abismo. Él, de las Siete Bocas, se alimenta de esta sustancia impía, su poder oscuro va aumentando con cada gota. Las sombras se retuercen y los Heraldos, embriagados por la gloria siniestra, se regocijan mientras las puertas de la perdición se abren aún más, amenazando con desatar el caos y la desolación sobre el mundo conocido.

En los días posteriores al carnaval, los andaluces que han sido despojados de su esencia vital, meras cáscaras de su antigua existencia deambulan como sombras en las calles, sus miradas vacías reflejan el horror al que han sido sometidos. Sus voces, ahora susurros huecos y agonizantes, advierten a los desprevenidos de los horrores que acechan tras las máscaras festivas y las sonrisas falsas.

Así perdura el rito inquietante y demoníaco, oculto entre las risas y la algarabía de los carnavales, una pesadilla sin fin que consume la esencia misma de la vida y exalta los placeres oscuros de la destrucción. Los Heraldos, embriagados por su poder blasfemo, esperan pacientemente el próximo carnaval, cuando el ciclo macabro se repetirá una vez más, engendrando un horror en el corazón de aquellos que se atrevan a presenciarlo.

En este credo oscuro, el dolor y el sufrimiento son considerados obsequios macabros de una divinidad retorcida, una entidad cósmica que acecha y espera tras la pared. Cada tormento infligido, cada agonía soportada, es un tributo sanguinario que se ofrece a esta deidad impía. Sus devotos, verdugos enmascarados de su propia humanidad, se convierten en instrumentos del horror, guiados por la seducción de la oscuridad primigenia.

El dolor se convierte en el vínculo profano que une a los creyentes con las dimensiones prohibidas. Como una llave en manos de la condenación, el sufrimiento desbloquea las puertas a través de las cuales las aberraciones cósmicas se filtran hacia nuestro mundo. Aquellos que abrazan el evangelio del dolor, se someten a una transformación grotesca, sus cuerpos y almas distorsionados hasta alcanzar una santidad maldita. Se convierten en los elegidos, en santos de la oscuridad, cuyas existencias se entrelazan inextricablemente con los abismos de lo insondable.

Pero los que osan rechazar esta fe blasfema, los que se atreven a negar los rituales de tortura y a evadir el abrazo sanguinario de la divinidad retorcida, están destinados a enfrentar un destino espantoso y desgarrador. Sus cuerpos se convierten en receptáculos de pesares inimaginables, consumidos por dolores que desafían toda comprensión humana. Atormentados por visiones abominables y asediados por la presencia implacable de los seres de las tinieblas, su existencia se convierte en un abismo de angustia sin fin.

Y cuando la séptima boca de aquella abominación primordial que emana de los abismos más lóbregos entone la funesta canción del fin, el horror alcanzará su clímax. Desde las profundidades del vacío estelar, las fauces infernales se abrirán de par en par, liberando una marea de sufrimiento indescriptible. El cosmos mismo resonará con la agonía, y aquellos que rechazaron el evangelio del dolor serán arrastrados a los abismos insondables, donde su sufrimiento se multiplicará hasta límites inimaginables. En esos abismos, envueltos en una penumbra eterna, las almas despojadas de esperanza se convierten en juguetes torturados de las entidades impías. Sus gritos desgarradores se mezclarán con las risas estridentes de los dioses oscuros, formando una sinfonía discordante que atraviesa el tejido del universo y resuena en cada rincón del tiempo y el espacio. Serán condenados a una eternidad de agonía, donde la muerte se convierte en una mera ilusión y el tormento se perpetúa sin descanso.

Rosenmaurer
25-11-2023 20:59

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¡Yo os invoco, gran Entropía!
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Los Nombres Muertos, por Ricardo Meyer

”Y resulta claro, en el caso de la primera mujer, que tenía poca fe; pues cuando la serpiente preguntó por qué no comían de todos los árboles del Paraíso, ella respondió: de todos los árboles, no sea que por casualidad muramos. Con lo cual mostró que dudaba, y que tenía poca fe en la palabra de Dios. Y todo ello queda indicado por la etimología de la palabra; pues Femina proviene de Fe y Minus, ya que es muy débil para mantener y conservar la fe”.

El único sonido que atestigua la desolación de mi alcoba es el compás del reloj ancestral de mi progenitor. El lecho, impregnado de humores y plagas provenientes de las tierras de Arabia, se entremezcla con la fetidez de los tomos arcanos y pestilentes que, hace ya quinientos años, deberían haber sido consumidos por las llamas purificadoras. No obstante, ahí yacen, en mi estantería, en mi tumba. Mientras el péndulo del reloj ancestral continúa su marcha inexorable, la desesperación me embarga, aunque siempre he morado en la desesperanza. Pues, por más que contemple aquel reloj, desconozco la jornada que transcurre, ignoro si la luz del día ilumina mi morada y tampoco tengo certeza si la hora que marca es la Verdad. De igual modo, me planteo la duda de si respiro en la vida o me halló absuelto de mis transgresiones en este averno, rodeado de los volúmenes malditos que murmuran nombres, nombres muertos.

Medito sobre variados semblantes que creo haber divisado a lo largo de mi existencia, ya sea ayer, antier o en un siglo olvidado. No tienen presencia, mi Existencia se ha desvanecido ante el paso del Tiempo. Los tomos, despiden un tufo pestilente y uno de ellos me susurra un nombre: "Mammon".

Cuando el sueño se presenta y él deposita su beso sobre mí, experimento una leve melancolía al saber que he de reposar en aquel lecho que, de manera irónica, emula un sarcófago; ¿qué mejor modo de recibir el ósculo de Hypnos? Sin embargo, es en Sueño donde las tinieblas, las telarañas y el polvo de las repisas son suplantados por aquellas Tierras Esmeraldas, resplandecientes y eternas. En este paraíso, los nombres dejan de ser nombres muertos para convertirse en mis únicos amigos.

Surco interminablemente las Tierras de Venus y me deleito con la compañía de Sueño, a quien ahora vislumbro como un par, en compañía de toda suerte de seres que, a semejanza de mí, les fue arrebatado el Tiempo. Hécate sonríe y nos sirve una variopinta amalgama de elixires. Y cuando menos lo espero, retorno a mi funesta realidad en la vigilia.

El reloj del abuelo persiste como el único sonido que colma mi pútrida estancia. No fue sino hasta que me aventuré a hojear uno de esos volúmenes, específicamente aquel que me provocaba repulsión, no vergüenza, sino repulsión en cada uno de sus caracteres. Cada letra de cada página suscita en mí abominables náuseas, ni siquiera había abierto sus páginas. Al hacerlo, al azar, en una página en particular, mis ojos captaron las siguientes líneas, y en ese instante, el reloj ancestral de mi abuelo recobró su papel como el único sonido que colmaba mi pútrida estancia. Y dije, citando al temido y respetado Emperador Inmortal:

La vanidad es un grillete. La vanidad impide desplegar las alas de la gloria. Todas las riquezas por las que compitieron Horus y Set, todas las tierras del mundo que osaron disputarse, todo aquello perdió cualquier valor para mí. Todo es fruto adulterino de la Tierra, todo es una impureza nacida de otra impureza. La bilis de Apep se derrama sobre aquello que el hombre valora y lo condena a la no-existencia.

No hay cosa más nauseabunda que la vanidad.

Rosenmaurer
03-12-2023 22:59

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El Padre de los Aesir, por Ricardo Meyer

“Los hombres generosos y valientes viven mejor y rara vez sufren; pero el cobarde lo teme todo”.

Proverbio vikingo

Soñé y vi, sin hallar más que la vastedad vacía y Ellos. En la percepción de mi confinamiento cristalino, solo meditaba sobre él, sobre lo que fui y lo que no seré. Ahora, él reposa en el Valhalla, en la compañía de mis hermanos, mientras yo, yago aquí, perpetuamente atrapado en la ausencia de términos junto a estos secuaces de Helheim. Contemplo lo que fui y reconozco que no soy más que la nada misma.

Observo mi mano, o lo que alguna vez fue y nunca será de nuevo, completamente corroída y desgarrada, exhibiendo las fibras y los cefalópodos que se adhirieron con su venenoso aliento marino. Rememoro los viajes, tantos océanos cruzados, y sin embargo, he llegado a esta prisión.

Mi pensamiento se dirige hacia él, hacia Odín, el Patriarca de los Aesir. Soñaba con alcanzar el Valhalla, como cualquier guerrero, pero ahora yago derrotado aquí. Incluso en esta condena eterna, me descubro como un indigno receptor del respeto de Odín. En lugar de luchar con todas mis fuerzas para liberarme de esta cárcel infernal, me sumerjo en mi miseria, mi autocompasión, mi lamento, y me convierto en un ser desgraciado y melancólico. Carezco de la fuerza de voluntad, y sobre todo, no soy merecedor de entrar al Valhalla ni de recibir la bendición de Odín.

Rosenmaurer
12-12-2023 08:17

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El niño, por Ricardo Meyer

El infante reposaba en un letargo apacible y sereno, pero dentro de su pecho ardía una ira oculta. Antes de sumergirse en lo que él mismo consideraba su Sueño, lágrimas desbordaron sus ojos, lágrimas de tristeza por el anhelo constante de tener una identidad que, al alcanzarla, le fue arrebatada de manera despiadada. Culminó su lamento culpando al Cristo que pendía majestuoso y miserable en su mural. Le expresó que, a pesar de todo, no renegaría de él, pero le pesaba la manera en que debía comparar su sufrimiento con los padecimientos que el Nazareno soportó en el Gólgota. ¿Con qué medida se puede evaluar el sufrimiento del alma? ¿Es posible comparar la pena de un corazón roto con la de un corazón atravesado por una lanza?

Al final del día, el infante comprendía que Cristo había muerto siendo Jesús de Nazareth, un humilde carpintero de treinta y tres años, tan humano como todos, y solo la Muerte Violenta lo erigió como el Cristo. Antes de sumirse en el Sueño, hizo mención de los tres: Cristo como Vida, Hypnos como Sueño y Tánatos como Muerte. Sin embargo, se percató de que los hermanos, de alguna manera, se sometían a las reglas del Cristo, la personificación de la Vida que trascendía los límites de lo onírico y lo real. Esto le causó dolor, ya que sentía que incluso los dioses debían inclinarse ante la Voluntad del Nazareno. ¿Acaso los gemelos Hypnos y Tánatos no eran libres de proseguir su empresa sin que él, tras recibir el beso de las Keres, interfiriera? ¿Debía Oniros tolerar que la Vida se entrometiera en los Sueños? El niño cayó en un sueño agitado, presa de un odio que jamás deseó experimentar, un tormento que lo atormentó y lo consagró.

En la penumbra impenetrable, vislumbró a su hermana, durmiendo como un perro callejero junto a su cama. Le dirigió una mirada triste y le preguntó por qué no descansaba adecuadamente. Con tristeza y furia, ella le respondió: "Porque tú has ocupado la cama de madre y padre, así como la mía, y te la has reservado para ti".

Su hermana se volteó, y aunque el niño intentó que volviera a hablar, ella nunca más le dirigió la palabra. Regresó al sueño, encontrándose perdido en las calles de una ciudad. Dos hombres, inmersos en una discusión, lo miraron y le preguntaron: "¿Qué eres tú?"

El niño no comprendía la razón de su disputa, pero entendía que debía responder de manera que no provocara la ira de ninguno. Si decía "católico", uno se enfadaría y lo asesinaría; si decía "cristiano", el otro lo castigaría aún peor. Huyó desesperado mientras los dos hombres, ahora envueltos en sombras, lo perseguían con ferocidad, como almas descarnadas de la noche con fauces insaciables.

De nuevo en la oscuridad, a su lado se erguía un hombre corpulento, de cabello largo y barba descuidada, totalmente desnudo. El niño se estremeció, pero pronto normalizó la escena y continuó durmiendo. Al despertar, solo divisó un cielo gris del cual caían gotas de lluvia. El agua azotaba su rostro y su cuerpo adolorido, pero incluso sin el golpeteo de la lluvia, experimentaba un dolor abrumador. Con gran esfuerzo, intentó mirar hacia abajo y descubrió que se encontraba en la cima de un trozo de madera, con sus pies atravesados por clavos gigantescos. No tenía fuerzas para hablar, y aunque lo intentara, las multitudes, incluso su madre, le gritaban: "¡IMPOSTOR!"

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