Todas mis historias se basan en la premisa fundamental de que las leyes humanas, así como nuestros intereses y emociones comunes, no tienen ninguna validez o importancia en el vasto cosmos en su conjunto. Para mí no hay sino puerilidad en un relato en el que la forma humana –y las pasiones y las condiciones y los estándares humanos locales– se representen como nativos de otros mundos u otros universos. Para alcanzar la verdadera esencia de una auténtica exterioridad, ya sea en el tiempo o en el espacio u otra dimensión, uno debe olvidar que cosas tales como la vida orgánica, el bien y el mal, el amor y el odio y todos esos atributos locales de una raza insignificante y temporal llamada humanidad, tienen ninguna existencia en absoluto (...) Si me pusiera a escribir un relato "interplanetario", trataría de seres organizados de un modo muy diferente al de nuestros mamíferos mundanos, que obedecerían a motivos totalmente ajenos a todo lo que conocemos sobre la Tierra; dependiendo el grado exacto de alteridad, por supuesto, del escenario del cuento: según si este se ubicara en nuestro sistema solar, en el universo galáctico visible fuera del sistema solar, o en simas aún más lejanas totalmente insondables, en vórtices de rareza jamás soñada, donde la forma y la simetría, la luz y el calor, incluso la materia y la energía, pueden metamorfosearse de una manera impensable o incluso no estar presentes en absoluto. Meramente me he acercado al borde de esto en "Cthulhu", donde me he cuidado de evitar la terraqueidad en los pocos especímenes lingüísticos y terminológicos del Exterior que presento.
— H.P. Lovecraft (carta a Farnsworth Wright, 5 de julio de 1927).