Seguramente no hay nadie en Boston —ni entre los lectores interesados de cualquier otra parte— que pueda olvidar nunca el extraño caso del Museo Cabot. Las cacareadas noticias de los periódicos acerca de aquella momia infernal, las terribles y antiguas leyendas conectadas con el asunto, la morbosa ola de interés y la proliferación de sectas durante el año 1932, y el espantoso destino de los dos intrusos aquel fatídico primero de diciembre del mismo año; todo ello, combinado, consiguió engendrar uno de esos misterios clásicos que perdura durante generaciones y se convierte en el núcleo de nuevas especulaciones a cada cual más espantosa.